viernes, 26 de agosto de 2016

Desde la profundidad de lo simple

Me lo dijo así, sin más. Me dijo que le daba igual lo que yo le decía.  Eso me dijo.  Pero luego me dijo que lo importante era cómo se lo decía. Me dijo que se deleitaba con mi “cómo”.  Y yo, esmerada buscando en mi baúl historias para contarle y él ni sabía de qué le hablaba, aunque parecía escucharme atentamente.

“Me gusta cómo hablas, me gusta cómo te ríes, me gustan tus gestos y cómo hilas una historia con otra”.  Eso me dijo, mientras interrumpía de manera inesperada una alucinante historia que me había inventado para él.
 
Debilitó mi valentía.  Yo que me sentía avasallante, impetuosa, y pensaba y repensaba todo lo que le decía, para no equivocarme.  Le contaba con todos los detalles, no quería que se me escapara ninguno.  Mis ojos se movían con agilidad de un lado al otro y respiraba agitada mientras hablaba y hablaba.  Él me miraba con atención y sonreía.  Yo pensaba que se interesaba en mi historia.

Hice una pausa, pensando en resumir mi argumento para seguir narrando.  Él aprovechó el espacio y me hizo una pregunta: “¿Tu nariz pincha?”.  Me descoloqué por completo, ¿cómo que si mi nariz pincha?, pensé. Y mi historia, ¿no le importa mi historia? ¿Qué tenía que ver mi nariz con lo que estaba contando?  Fue en ese momento cuando me dijo que le daba igual lo que yo le decía, pero que se deleitaba con mi “cómo”.  Mi nariz, mi cómo… salí de mi órbita, perdí mi ruta.  Olvidé lo que le estaba contando. ¿Se puede ser más simple?, pensé. Tomó de nuevo la palabra para decirme que él quería saber si mi nariz pinchaba.

Así, vacía como quedó mi mente en aquel momento, fuera de mi órbita natural, no sé si por la simplicidad de su pregunta o por su posterior comentario, lo cierto es que luego de un absoluto silencio, lo único que atiné a responder fue un gesto que acabó con las dudas, al menos eso creo.  Tomé su cuello entre mis manos y acerqué su nariz a la mía. Lo besé, no sé si lo pinché, no se lo pregunté.  Lo cierto es que su nariz no pinchaba, aunque tampoco se lo dije.  Me aparté nerviosa, seguía descolocada, tanto por su inesperada interrupción como por mi inesperada respuesta. Me escapé, fue un escape mi siguiente acción, una huída al mejor estilo de una mente vacía que no sabe qué hacer.


¿Por qué complicarse tanto si se puede ser tan simple?  Una narración sin oyente, unas maneras seguidas con atención, una nariz atravesada y puntiaguda, un comentario fuera de lugar o tal vez en el mejor lugar, un beso robado no se sabe ni por quién.  Una mente vacía y otra queriendo estar en su lugar.  ¿Acaso se necesita más para enamorarse?...

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