viernes, 26 de agosto de 2016

Encuentros desde la huída

Desde que se despidió aquella vez las despedidas pasaron a formar parte de su vida.  Más de lo que hubiese imaginado.  Comenzar de nuevo, como si su vida fuese la historia de muchos resumida en una sola.  Y cada vez que se asomaba la posibilidad de otra despedida comenzaba de nuevo el temor al error.  Muchas historias en una, muchos inicios con muchos finales.  Ese tallo largo y casi infinito que visualizó en un principio se había llenado de ramificaciones y de heridas.  Se había convertido en una rama torcida y áspera, con muchos posibles caminos para seguir… Entonces, la conoció.


Fue un día cualquiera, en un lugar cualquiera.  Ella se estaba acostumbrando a las huidas. Un día de la realidad, otro día de la gente, de sus pensamientos, de la rutina, de la desesperanza. Siempre huía de algo, pareciera que hasta de sí misma,  hasta empezar a desechar prejuicios y tristezas.  Pero también se estaba convenciendo de que el vivir se concentra en los instantes, a veces en una copa, otras en una canción, en un olor, en un baile, en una carcajada, en una frase, en una mirada.  A veces, como en una danza, la música hace que el cuerpo gire y cambie el ritmo.  Así cambia la vida, en un giro, en un paso y de pronto todo es nada y nada es todo.  Por eso huía de cualquier cosa, por temor al cambio que a veces precede a la derrota.  Pero la vida cambia… y tanto… Entonces, lo conoció.

Él no quería y ella tampoco. Los dos huían, con sus historias distintas pero con un final encontrado en un instante de esos que nunca se esperan.  Sin darse cuenta se buscaban en las letras de las canciones, debajo de las estrellas, al final de la obra teatral, en la medicina para el dolor, en la sopa caliente, en el aroma del café, en el llanto por el que se va, en la alegría por el que llega.  

Dos huídas hacia donde sea, hacia donde venga, hacia donde vaya, hacia donde se respire.  Dos huídas que también escapan al llanto y al refugio equivocado, que buscan en la nada el olor a sosiego, el sabor a vacío.  De pronto toman sus manos mientras escarban en la cesta de cualquier excusa y descubren que huyen de lo mismo y buscan libertad y travesura, buscan risas y miradas, buscan besos y caricias, para todos los días, para todas las noches, para todas las tristezas, para todas las alegrías.

Así se encontraron, sin querer, sin buscar, sin hablar.  Sólo sintiendo y necesitando.


De lejos los veo.  Su historia continúa, porque están en el café que comparten todas mañanas, en cada adiós, en cada dolor, en cada paso, en las lágrimas y en los besos.  Están en todo y ya no huyen, simplemente se encuentran y se respiran, sin planes, sin razones, sin heridas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar con tu comentario en esta página