Desde que se despidió aquella vez
las despedidas pasaron a formar parte de su vida. Más de lo que hubiese imaginado. Comenzar de nuevo, como si su vida fuese la
historia de muchos resumida en una sola.
Y cada vez que se asomaba la posibilidad de otra despedida comenzaba de
nuevo el temor al error. Muchas
historias en una, muchos inicios con muchos finales. Ese tallo largo y casi infinito que visualizó
en un principio se había llenado de ramificaciones y de heridas. Se había convertido en una rama torcida y
áspera, con muchos posibles caminos para seguir… Entonces, la conoció.
Fue un día cualquiera, en un
lugar cualquiera. Ella se estaba
acostumbrando a las huidas. Un día de la realidad, otro día de la gente, de sus
pensamientos, de la rutina, de la desesperanza. Siempre huía de algo, pareciera
que hasta de sí misma, hasta empezar a
desechar prejuicios y tristezas. Pero
también se estaba convenciendo de que el vivir se concentra en los instantes, a
veces en una copa, otras en una canción, en un olor, en un baile, en una
carcajada, en una frase, en una mirada.
A veces, como en una danza, la música hace que el cuerpo gire y cambie
el ritmo. Así cambia la vida, en un
giro, en un paso y de pronto todo es nada y nada es todo. Por eso huía de cualquier cosa, por temor al
cambio que a veces precede a la derrota.
Pero la vida cambia… y tanto… Entonces, lo conoció.
Él no quería y ella tampoco. Los
dos huían, con sus historias distintas pero con un final encontrado en un
instante de esos que nunca se esperan. Sin
darse cuenta se buscaban en las letras de las canciones, debajo de las
estrellas, al final de la obra teatral, en la medicina para el dolor, en la
sopa caliente, en el aroma del café, en el llanto por el que se va, en la
alegría por el que llega.
Dos huídas hacia donde sea, hacia
donde venga, hacia donde vaya, hacia donde se respire. Dos huídas que también escapan al llanto y al
refugio equivocado, que buscan en la nada el olor a sosiego, el sabor a vacío. De pronto toman sus manos mientras escarban
en la cesta de cualquier excusa y descubren que huyen de lo mismo y buscan
libertad y travesura, buscan risas y miradas, buscan besos y caricias, para
todos los días, para todas las noches, para todas las tristezas, para todas las
alegrías.
Así se encontraron, sin querer, sin buscar, sin hablar. Sólo sintiendo y necesitando.
De lejos los veo. Su historia continúa, porque están en el café
que comparten todas mañanas, en cada adiós, en cada dolor, en cada paso, en las
lágrimas y en los besos. Están en todo y
ya no huyen, simplemente se encuentran y se respiran, sin planes, sin razones,
sin heridas.
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