De repente, ese príncipe que se mantuvo por años en sus
sueños apareció, y como en un cuento la deslumbró con su presencia. No tenía la
armadura metálica que le protegía de las armas punzantes que en su imaginación
le perseguían. Llevaba en cambio una elegante corbata, que le disimulaba en el
pecho los latentes suspiros que de su corazón emanaban. No tenía tampoco una
lanza imponente en sus manos, en cambio llevaba una pluma y su tinta, con la
que escribía los versos que le brotaban del alma.
Le regaló dos lirios, uno para decirle que la quiere y otro para recordarle que
siempre piensa en ella. El primero se lo dio en su mano, pero antes lo besó y
en el beso le entregó su ternura y admiración. El segundo lo puso en el ojal de
su solapa, luego le extendió un abrazo y así aquel lirio quedó atado en el
pecho al corazón de aquella soñadora. Un beso en una flor y un abrazo al
corazón, fueron dos gestos que guardaron en el baúl de sus silencios.
Pero esto pasó mucho tiempo después, porque ya se habían
conocido en una oportunidad casual. Ella
lo empezó a admirar por su cortesía, su trato elegante, su palabra inteligente,
su sonrisa transparente, su mirada delicada, aunque distante. Un caballero como
el que veía en los cuentos que salían de su imaginación. A él, ella le pareció bonita, alegre,
simpática. No sabía bien cómo
imaginarla, pero la percibió como una mujer para recordar siempre. Los dos
sintieron algo especial que les atraía y les acercaba a su destino, pero a la
vez los distanciaba… circunstancias, condiciones, realidades, compromisos, la
vida misma.
Dos historias cercanas que sin saber buscaban encontrarse
mientras avanzaban en su camino.
Y mientras el tiempo pasaba, aquel caballero con su pluma y
su corbata recordaba sin cansancio la vez que la vio y se saludaron entusiastas
y aquellos dos lirios que imaginó entregarle algún día.
Lo que no sabía es que aquella princesa de mirada inquietante y de presencia inolvidable, también le esperó por años sin saber siquiera qué esperar, sin entender bien lo que sentía. Pensaba en la armadura y la lanza, que la perseguían en sus sueños y que no eran más que una corbata y una pluma. Pensaba en su sonrisa, ¿será que aún la conserva? ¿Habrá acaso tristeza en su corazón, o será real ese perfume a jazmines que llegaba a su piel cada vez que le pensaba y le hacían suponer que la felicidad lo envolvía?
Fue así, sin un plan, sólo siguiendo impulsos, que un día él la invitó a contar estrellas, sin saber que ya en sueños ella las contaba, imaginando el camino que entre estrella y estrella la llevaba dando saltos a su presencia tan soñada.
Sus perfumes no se conocían, mucho menos sus manos, mucho menos sus labios, pero sus ojos se besaban, sus pensamientos se enlazaban.
Lo que no sabía es que aquella princesa de mirada inquietante y de presencia inolvidable, también le esperó por años sin saber siquiera qué esperar, sin entender bien lo que sentía. Pensaba en la armadura y la lanza, que la perseguían en sus sueños y que no eran más que una corbata y una pluma. Pensaba en su sonrisa, ¿será que aún la conserva? ¿Habrá acaso tristeza en su corazón, o será real ese perfume a jazmines que llegaba a su piel cada vez que le pensaba y le hacían suponer que la felicidad lo envolvía?
Fue así, sin un plan, sólo siguiendo impulsos, que un día él la invitó a contar estrellas, sin saber que ya en sueños ella las contaba, imaginando el camino que entre estrella y estrella la llevaba dando saltos a su presencia tan soñada.
Sus perfumes no se conocían, mucho menos sus manos, mucho menos sus labios, pero sus ojos se besaban, sus pensamientos se enlazaban.
Era mágico, era profundo, era bonito, especial, porque dos
vidas que apenas se conocían, que contadas veces se habían visto en años,
saltaban de inquietud cada vez que se pensaban.
Pero aquellos dos lirios entregados en aquel encuentro
marcaron un después para sus vidas. Se
dijeron que se querían, sin saber que lo decían, sus ojos hablaban, sintieron
que se necesitaban. Y sus corazones
saltaban, sus manos temblaban sin tocarse. El aire se hacía escaso.
Ella se llevó los lirios, recibió en ellos el beso que no se
atrevió a darle, respiró en ellos el abrazo con el que quizo quedarse. Y sigue pensando en él, aferrada a aquel
perfume de su imaginación; y él la sigue soñando esperando un nuevo encuentro,
pensando en aquellos ojos de brillo sereno, en su sonrisa de rosados pétalos,
en su olor a néctar y su frescura de flor recién cortada, como aquella que
siempre imaginó en sus dos soñados lirios.
Le pones tanta imaginacion y esplendor a tus narraciones que a los lectores los enseñas a soñar. Como siempre bonita reflexion.
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