Por fin estaban tan cerca como lo habían imaginado. Sus risas
tontas empañaban el ambiente. Sus ojos no encontraban la salida, sólo sabían
que habían entrado en ese recinto abierto y lleno de luz que los recibía. Olía a
espuma de café, a vapor de flores silvestres, a bruma encendida, a calidez...
Se sentaron cerca de las piedras. No sabían si respiraban o palpitaban. Sus
manos se llenaban de ansias, sus pechos de deseos.
Faltaba el aire en aquel lugar rodeado de espacio. Faltaba el
sonido en aquel escenario decorado con nubes. Faltaban las palabras que se
agrietaban sin salir. Sobraba brillo en aquel cuarteto de pupilas encendidas.
Sobraban disparates sin sentido soltados al azar a ver si encajaban en algún
lugar. Sobraban los temblores en las manos, sobraba la gente, sobraban las
copas añejas desoladas en el rincón de la baranda.
Hablaban casi sin mirarse, uno al lado del otro buscando calmar
sus ansias. Escondían su vergüenza mientras evitaban sus ojos. Sabían que al
mirarse perderían su batalla tonta contra sí mismos... y la perdieron. Ella lo miró en un instante que se perdió en
el infinito. Las palabras se bloquearon, sus pupilas se abrazaron y él se
acercó despacio hasta encontrar sus labios. Sus ojos se cerraron sin
explicación. Nadie las pedía. Sus labios se besaron con la timidez de un
encuentro inesperado. Y ella se apartó nerviosa cuando la humedad inquieta rozó
sus comisuras. Había ternura y había
descanso. Había deseo y había reposo.
La vi temblando y quise ser ella. Quise
sentir sus latidos, quise ser amada como ella. Quise ser la amante de aquella
tarde casi despojada de sol, la amante enamorada que dejaba sus pupilas bordadas
en los ojos de su amor.
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