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¿Qué tal amigo? Tanto tiempo sin vernos. Ven, que sólo tengo un momento y
aprovecho para contarte algo: ¿Te acuerdas de nuestro común amigo: Arturo, con
quien solíamos encontrarnos al salir de clases?
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Sí amiga, claro, Arturo. Él siempre llevaba una bolsita misteriosa en la que
nunca supimos lo que guardaba. Lo mismo
le pasaba a Rodolfo, ¿te acuerdas?, tenía unas mañas tan raras que sólo su
madre las entendía. Por cierto, al
cuñado de Rodolfo lo operaron hace poco.
Por fin descubrieron lo que tenía, ya la familia no encontraba qué hacer. Su hermana Inés, la que siempre sacaba a
pasear los perros, me contó el otro día que todos estaban muy contentos porque
por fin Rodolfo estaba volviendo a ser el de antes. La familia se había venido
abajo con tantos problemas y encima el asunto económico. Después de lo que tuvieron que soportar en la
empresa, con el desfalco que les hicieron mientras ellos confiaban en su
administrador: el hijo de don Rafael, el de la carnicería… Es que casos como el de esa familia ocurren
con más frecuencia de lo que pensamos. ¿Tú supiste lo de los Pedrales, los vecinos
de Julito, el que siempre estaba con Fabricio, el hijo del profesor de inglés?
Pues resulta que esa familia terminó dividida en dos. Y la política también hizo lo suyo, socavando
los problemas que ya habían tenido que afrontar, como si ya llevaran poco. Al
final, los gemelos quedaron cada uno en un lado de aquella división. A uno de ellos lo vi en casa de Felipe el día
del cumpleaños de Marta. Nunca me pierdo
esa fiesta, siempre ha sido el mejor momento de encuentro de los amigos de toda
la vida. Y la comida que había en el
cumpleaños estaba mejor que nunca. Hasta
Pablo, que siempre se queja de todo, no hacía más que elogiar la esmerada
atención de los anfitriones y el maravilloso menú que prepararon para ese día. Ni punto de comparación con el reencuentro
que festejamos el año pasado en la casa de la playa de Ricardo, el primo de
Esteban, que siempre se colaba en nuestras movidas y al final terminó siendo
uno más de nuestro grupo. Pues te diré
que Ricardo terminó casándose con la novia que tuvo en aquella época en la que
hacíamos las excursiones a las montañas.
Su nombre creo que era Luisa, ¿te acuerdas? que tenía una hermana que
estudiaba enfermería y fue la que atendió a Ernesto cuando se cayó de la
bicicleta mientras la estrenaba después de su cumpleaños. ¡Quién se lo iba a
imaginar!... Y para imaginación, la del hijo de doña Diana, la costurera que
siempre nos ayudaba cuando preparábamos aquellas fiestas de carnaval que
también hacíamos en la casa de Ricardo.
Pues su nombre no lo recuerdo, pero hasta famoso se ha hecho con los
diseños extravagantes que se la pasa inventando. El otro día vi un reportaje que le hicieron
en la televisión y si lo vieras, está igualito, ni engorda ni envejece. No como Arturo, que entre lo calvo y lo gordo
que está, no hay quien lo reconozca. La
verdad que la vida a unos castiga y a otros premia. Pero a él no le ha tocado precisamente el
premio. Supe que enviudó, hasta eso le
ha tocado pasar al pobre, como si no hubiera tenido suficiente con la vida que
ha llevado, nada envidiable. Por cierto,
¿tú me ibas a decir algo de Arturo?
- ¿Pero qué dices? ¿Cómo es que no me he enterado?
- Hasta yo me asombro de que no lo sepas. Pero bueno, ya me tengo que ir. Él quedó en
recogerme a esta hora en la esquina y ya debe estar por llegar, o tal vez ya
está. Me despido… hasta la próxima…
- ¡Espera, no me dejes así! ¿Es que no me vas a contar?
- Tranquilo amigo, seguro te vas a enterar. Ya me contarás tú…
Estela salió presurosa de aquel lugar. No quiso
voltear a mirar, por si acaso la verborrea que la acababa de atrapar se le viniera
pegada a las faldas. No se fue, huyó,
mientras pensaba: “Y éste qué sabrá de mí que yo aún no sé”.
A veces pensamos que la vida pasa, los momentos
se viven y los recuerdos se van. Pero no
para todos. Siempre hay alguien que, más que un libro abierto, es un diario a
voces.
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