-¿Qué sientes
cuando me acerco?
- No me hagas
esa pregunta. No lo quiero pensar, o más
bien, no lo quiero decir.
- No es
cuestión de pensar ni de decir, sino de sentir.
Yo quiero saber si sientes lo que yo siento.
- No sé lo
que tú sientes. Hay una magia que me altera y hace que me duelan los ojos. Tengo que forzarlos para que no se cierren,
porque no quiero dejar de mirarte, pero es que me duelen.
- A mí me
duelen las manos, de tanto contenerlas para que no vuelen hasta tus manos. Es que si me enredo en ellas…
- ¿Qué pasa
si te enredas?
- No sabría
cómo soltarlas y una vez que me quede en tus manos ya no sabría cómo soltarme
de ti, cómo irme y no abrazarte.
- ¿Quieres
escapar?
- Necesito
escapar.
- ¿Y qué haces
aquí?
- Eres lo que
encuentro cada vez que escapo.
-
Sigue escapando entonces. Y no me hagas
más preguntas. Si me encuentras cuando
escapas, quédate. Ya a mí me está
costando decirte esto. No lo diré
más. Sólo quédate cuando me encuentres.
- ¿Y si me
quedo, qué?
- Si te
quedas, yo me quedo.
- Ya llegué,
aquí estoy y no me iré… ¿Te quedas?
- Yo también
llegué, sin saber que el camino me llevaba hacia ti. Con mi sueño me quedo…contigo
me quedo, ya no quiero despertar, pero me duelen los ojos ya no sé si de tanto
quererte…
La luz de la
mañana entró por la ventana despejada.
Allí estaba un rayo de sol, insistiendo sobre su cara, golpeando sus
ojos para que abrieran sus párpados. La
misma sensación de dolor que había en su sueño.
Regaló su sonrisa al rayo que besaba sus ojos, mientras sentía el abrazo
incontenible que entraba por su espalda acompañado de una voz que susurrante le
decía: Sigo aquí, me quedo contigo.
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