Ella,
consumida por las llamas del olvido y el descuido, guardaba sus cenizas en un
cajón escondido. Él, aburrido de lo mismo, buscaba un escape a la indolencia y
al sabor a siempre. Apagado, oculto en su propio brillo, lanzando sus colores
al mar abierto, al barco en su naufragio, a las estrellas sin nombre.
Dos
corazones con sus latidos oprimidos, queriendo contar los pétalos caídos a la
espera de un suspiro en el último respiro. Dos caminos y un solo sentir,
descubrieron sin querer que buscaban encender los impulsos del destino.
Una
mirada bastó para superar barreras, quizás de la propia existencia, quizás más
allá de vidas anteriores, prometidas al encuentro de un anhelado tal vez. Y queriendo
ser prudentes amarraron sus deseos y los lanzaron al sol naciente. Allí se
sientan silentes, a mirar los colores del ocaso a la espera de que llegue la
ocasión de un encuentro, la oportunidad de un abrazo.
Y
sabiendo que tal vez por cordura y sensatez, esas pasiones atrapadas jamás se consigan
fundir, continuaron su lucha en su vivir, sabiéndose correspondidos, guardando
su secreto y conscientes de que ahora son dueños de otro sentir, que con sólo mirarse
entienden sus amores y comparten sus temores.
Que
no se les escape de las manos, que tal vez ya no haya otra vida en la que el
tropiezo o el destino permita cruzar sus tan anhelados caminos, esos que
perfuman cada día con el simple aroma del secreto de haberse conseguido…
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