Pienso y pienso. Entonces decido
que al destierro quiero enviar esta cabeza terca, olvidarme de mi mente para no
pensar más. Bueno, realmente no es al
destierro, es a otro lugar que seguramente queda en el destierro, pero es que
no quiero escribir lo que ella me hace pensar y así lo prefiero llamar.
Si pudiera librarme de mi cabeza
por un tiempo, con todo y mi indomable cabello, la metería en un cofre y la
lanzaría al fondo del mar, atada a un yunque que no la dejara flotar. Pero es que ella, tan astuta y silenciosa,
siempre se las ingenia, y sonriente y sin pudor vuelve a salir a flote y viene
de nuevo a molestar.
¡Que no pienses más!, le he dicho
sin chistar y ella en su necio afán no para de pensar. Vueltas y vueltas le da al mismo cristal, y
cada pensamiento brillante y lustrado está, de tanto frotar con él las yagas de
mi sufrir. Sí, de mi sufrir, porque es
que sufro con cada atasco en el que me suelo enganchar mientras mareo mil
asuntos y de ninguno me logro zafar.
Déjame quieta ya, vete de nuevo a
jugar, como cuando de niña soñabas con saltar y el pensar no era más que otro
juego más. Que no es juego, que ahora
hay fuego y por tonta te puedes quemar.
Bendita cabeza que no se deja
dominar, es peor que mi corazón: indómito a rabiar. Le digo que no es por allí, que el camino me
puede engañar. Pero ella, tozuda y
testaruda se empeña en afirmar que sabe por dónde caminar y de la mano del
corazón, que es tonto y bonachón, se van como un par de borrachos a seguir la
juerga del sin razón.
¿A dónde irá a parar este par de
engreídos, que creen que se las saben todas y están más chiflados que un
adolescente enamorado? Porque de eso sí
están sobrados: cabeza y corazón desfasados, que viven en otro mundo como si el
que tienen no les bastara, para andar siempre desatinados, desubicados,
desorientados.
¡Ay cabecita loca!, ¡Ay corazón
chiflado! Que quieren andar con las riendas sueltas como si no fuese yo su
dueña, como si no tuviesen morada en mi calzado. Que es aquí donde habitan, que pueden volar
de vez en cuando, pero no dejen a mi alma sin cordura, que después se me vuelve
rebelde y se quiere escapar con ustedes y soltar también sus riendas en el mar
de la aventura.
Cabeza y corazón endiablados,
alocados, trastornados, que mucho me está costando ya mantenerlos sosegados.
Que se me escapan de las manos, que se me van hacia otro lado.
- Pero bueno, mujer obcecada,
¿por qué no dejas ya las riendas y que ese par de traviesos que te tienen medio
loca, vuelen por fin de su cuenta?... ¡si es que la vida es corta!...
¿Por qué no?… mi mente que piense y
se resuelva sola, que se invente sus historias, que las viva y haga que el corazón
palpite, que sus ansias se vuelvan locas y que me arrastren ya sin cordura a
parajes llenos de aventura donde mi alma olvide la amargura y mi corazón se
abra confiado a la locura…
…¿Te vienes conmigo?...
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