Ese día llevaba puesto su vestido
de seda nuevo. Precioso, impecable,
fresco, con los colores brillantes del verano que estaban tan de moda. Su cabello largo lo llevaba recogido. Iba tan presumida como siempre, pero hoy en
especial quería verse como nunca. Había
quedado con sus amigas de aquellos años para un reencuentro. No quería que la vieran ni gorda ni vieja, de
eso nada, es que pasan los años y los reencuentros atemorizan porque los
cambios no siempre son a favor.
En fin, se encontraron en una
cafetería, y se sentaron a conversar, recordar, reír, contar. Pidieron café y algunos dulces para
merendar. En un momento que resultó
fatídico para ella, al pasar la camarera con los cafés, tropezó con una de las
sillas y una de las tazas emprendió un desastroso vuelo y fue a parar a la mesa
vecina, donde un señor de entrada edad tomaba un café mientras leía el
periódico. La taza cayó encima de la
mesa y derramó su líquido sobre ella, mientras unas cuantas gotas volaron por
el aire como en retroceso hacia la mesa de las amigas reunidas, salpicaron el
suelo, la pared y una horripilante gota de café terminó posándose casi
deliberadamente en el vestido de seda nuevo de la chica más presumida.
- ¡Qué torpeza tan grande!, ¿se
puede ser más incapaz?-, dijo con la voz atropellada y casi ahogada. Era terrible aquello que había sucedido. Su vestido de seda nuevo, impecable, con
aquella gota marrón que manchaba hasta sus escrúpulos. ¡Qué desastre, qué horror! La camarera se acercó avergonzada a pedir
disculpas y ella le respondió que tendría que pagarle su vestido.
Entre tanto, el caballero de la
mesa vecina, casi sin pensarlo había actuado de inmediato haciendo lo primero
que se le ocurrió para evitar que el derrame del líquido fuera aún mayor: tomó
la primera página del periódico que leía y la puso sobre la mesa para que
absorbiera el líquido. El café derramado
lentamente fue apoderándose de los espacios de aquella página en blanco y negro
y tiznó de marrón la fotografía de un pequeño ángel desahuciado por la guerra
que yacía sin vida a orillas de un mar callado y atragantado por un peregrinar
saturado de muertes.
El papel lo absorbió todo y
manchó la triste imagen. Mientras tanto,
en la mesa vecina, la mujer ahogada de rabia reclamaba con su sentimiento
herido la torpeza de aquella joven atontada que manchó su vestido de seda
nuevo. Ya no pudo disfrutar de aquel reencuentro. Se llenó de rabia e indignación y planteó su
reclamo a la gerencia de aquel lugar.
Llevaría su vestido a limpiar y si el vestido no se recuperaba, les
entregaría la factura de compra de su traje nuevo para que la indemnizaran por
el daño causado.
Cuánto daño, cuánta rabia, cuánta
impotencia e indignación. Su vestido de
seda nuevo manchado y ella tan impecable, tan perfecta…
El caballero de la mesa vecina
observaba a la dama enfurecida. Desde su
perspectiva se veía en primer plano la foto del periódico manchada y arrugada y
un poco más atrás la imagen de aquella dama sofocada e indignada por la mancha
en su vestido.
Crueldad versus realidad, verdad versus superficialidad…cuánta ironía…
El principio del pecado es la soberbia, le asomó con mucha nitidez a la superficie.
ResponderEliminarQue poco valor tenia su traje, cuando lo llevaba una persona con tanta falta de humildad y modestia, solo pensó en admirar a sus amigas y no en la persona que servía. Desafortunadamente existen muchas personas así, que Dios me ayude y no me haga parecerme. Como siempre, bonita reflexión.
Así es, hay tanta gente ignorante y egoísta en este mundo que uno acaba pensando en mudarse a Marte. Evadimos la realidad porque nuestras vida parece perfecta ante nuestros ojos. Y solo hace falta ver más allá de nuestra nariz para comprender este mundo, sus injusticias, su belleza y su "Ironia".
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