Entré al salón de clases con más
ganas de irme que de quedarme. ¡Qué día
tan pesado! Era como un horrible plato
de avena: quieto, espeso y sin color.
Todo me salía al revés. Desde que me desperté no había hecho más que
tropezar con cuanto objeto y situación se me presentaba. Y allí estaba el profesor de Microeconomía,
con las curvas de oferta y demanda y los conceptos de elasticidad e
inelasticidad. Quería decirle que no me
interesaba la reacción de los compradores o la de los ofertantes. Quería decirle que para inelástica yo, que me
daban igual los bienes inferiores o los complementarios o los sustitutos. Tendría que notarse en la pendiente de mi
curva de atención, casi tendiendo a menos infinito. Era evidente que a esa hora
y con el día que me servía de antesala, mi tendencia tenía que ser inelástica. El ejemplo de los palillos mondadientes me
tenía sin cuidado. Acaso estaba yo para
analizar que un producto con un precio tan bajo hace que la curva de su demanda
sea inelástica ante las variaciones en su precio. Y empecé a contar palillos en mi mente… uno,
dos, tres palillos. ¿Cuánto costarán cinco palillos? Tan bajo es su precio que
si me los ponen al doble o al triple, los compraría igual. Palillos y palillos, qué aburrido.
El profesor dibujó otra gráfica, dos
ejes perpendiculares: cantidad, precio… y ahí viene la curva. Esta vez de oferta… tan poco inclinada que casi se duerme, como yo. Mientras lo escuchaba aburrida, me imaginaba
acostada en el eje horizontal, el de las
cantidades, escuchando una canción y tomando lentamente una copa de vino. Y pensé: esta relación tiene que ser directa,
como la curva de oferta, a más vino, más alegría. Seguí tumbada sobre mi eje
imaginario. De pronto dibujó una curva de demanda elástica, con una pendiente
poco divertida. Ni un niño se divierte
en un tobogán así. Pensé en la vida, tendría
que ser a veces más elástica, llena de reacciones sensibles ante los cambios y
no tan aburridas como la inelasticidad que me acompañaba aquel día. Quizás una
curva de indiferencia se hubiera adaptado perfectamente a mí.
Pero es que algunas veces soy
elástica y otras tan inelástica, sí, como las curvas. Esa fue mi reflexión de ese día, fue el único
concepto que me quedó de aquella clase tan aburrida y que yo intentaba hacer más divertida.
Se lo quise contar al señor del kiosko.
Lo saludé como todos los días y le dije que ya sabía que compartía
algunas de las propiedades de las curvas de oferta y de demanda. Y él, que
medio sordo estaba, me preguntó que si mis curvas tenían demanda o si era que
yo las había puesto en oferta y las quería compartir. Lo dejé con la duda,
mejor era no aclarar aquello, quién me mandó a hablar de más. Me fui con mis curvas a otro lado.
Seguí mi camino pensando en la
inelasticidad, creo que ese concepto se acercaba más a mi conducta: terca y
obstinada. Es que le entendí que cuando
las reacciones son mínimas ante los cambios en la variable que la determina,
entonces la curva tiende a ser inelástica, y si la reacción es más importante y
su pendiente es mayor que uno, entonces la curva es más elástica. Yo no tenía las más mínimas ganas de calcular
pendientes, que si mayor que uno, que si menor que uno, mi cerebro estaba
negado, era más fácil imaginar mi propia conducta ante variaciones en los
elementos que me rodeaban: el despertador de la mañana, el cabello enredado y
sin forma, el ruido del secador, el tráfico y la polución, el cajero sin
dinero, el tacón atascado en la acera, el café tibio y dormido en su taza, mi
lápiz sin punta, mi labial descolorido... Y nada me sacaba de mi propósito,
seguía mi rumbo sin prestar atención a las variables del camino: inelástica
pues. Al menos eso creía yo. Es que tenía guardada la otra parte, esa que
me hace obsesiva y apasionada. La que me hace tan vulnerable, tan elástica,
como la curva de demanda que se asemeja a la hamaca que quisiera acompañar con una
copa de vino entre los tallos de dos cocoteros a la orilla del mar. ¿Lo ves? Es fácil, ya salió mi otro yo, ése
que se apasiona con cuanto cambio de color se deja ver en el cielo y cuanta
florecita decida vivir entre las grietas de cualquier acera abandonada. Con
reacciones tontas y aletargadas no puedes ir por la vida, pensé. Qué más da,
así soy, así es más fácil asimilar la vida y también las curvas.
Mi clase de Microeconomía al
final no resultó tan fastidiosa como me pareció al principio. Seguro es mi elasticidad que me permite
comprenderlo así, o quizás esa mezcla deterquedad y apasionamiento. Tal vez soy como la economía: muchos la
quieren comprender, pero es difícil de explicar, a veces se entiende y a veces
no. Sus curvas pueden ser elásticas o inelásticas, su propósito desemboca
siempre en alguna proyección, su futuro es incierto, siempre dependerá de algo,
o de alguien. Y mejor ni hablar de los insumos y los productos, eso lo dejamos
para otra clase. Y tal como me despedí
del señor del kiosko: mejor me voy con mis curvas para otra parte… Y me llevo
el vino…
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