Así estaban ellas, tan distantes pero parecían
tan cerca. Las vi iluminadas, entregando su mejor brillo, en medio de aquel
azul infinito que penetra y se pierde. Crepúsculos a su alrededor teñían su
espacio de ilusiones y risas. Recuerdos imborrables tapizaban cada estela que
las acompañaba. Era un cielo hermoso. El mismo que tú y yo vemos cuando nos
pensamos.
¿Cómo podemos al mismo tiempo mecernos en aires
tan distintos y jugar como siempre lo hicimos?
Te extraño y no te extraño, porque aunque no
estés, nunca has dejado de estar. Y ellas en el cielo me hicieron pensar que
seguimos siendo la misma estrella y la misma luna. Parece que se dan la mano y pasan la
noche entera contándose historias que sólo ellas entienden, sin dejar de
mirarse aunque sus ojos se cierren. Cómo tú y yo, que somos capaces de hacer
una pausa en medio de cualquier camino, saltar, flotar, hundirnos en el mar,
sembrar flores, lavar penas, secar lágrimas, sonreír de nuevo y seguir donde
hicimos la pausa, como si el camino nunca se hubiera cortado.
Es mágico tenerte, como se tienen esa estrella y
esa luna, que no dejan de mirarse. Que se acompañan brillando en el cielo
oscuro y que se sienten tan cerca a pesar de estar tan lejos.
Tiempo de ser y de sentir. Tiempo de mirar y de
soñar. Y dejar que el corazón palpite a su antojo y diga lo que tenga que
decir. Que te quiero y lo sabes, que me
quieres y lo sé. ¿Decirlo de nuevo? Te lo diré siempre, porque eres la estrella
que me acompaña y sé que soy tu luna, tu luna grande. Da igual si creciente o
menguante, siempre seré tu lecho, siempre podré mecerte en mi regazo, porque tu
luz me regocija y soy albergue para tu brillo.
Estrella y luna, que se miran y se entienden, que se sienten tan cerca
como las vi ese día en el cielo que han pintado para ti.
...Que ya no me importa llorar, si lloro de tanto
quererte...
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