Seguiré
bailando, porque cuando bailo se calman mis penas y mi travesura sonríe.
Seguiré
bailando, porque cuando bailo la música suena más bella, el tambor se introduce
en mis venas, el cuatro se escucha más sonoro, las cuerdas del arpa se
trasladan a mis piernas y las maracas se adueñan de mis pasos. Mis pies ya no sienten el dolor de mi caminar
por la vida, y la sonrisa se apropia de mi rostro que ya no la quiere dejar
escapar.
Seguiré
bailando porque cuando bailo siento mis raíces que saltan desde mi tierra y se muestran
orgullosas de sembrarse en otras tierras y seguir creciendo, para sostener este
tallo que a veces se debilita de tanto extrañar al suelo amado.
Seguiré
bailando porque cuando bailo mis brazos como ramas abrazan al árbol de al lado,
se mecen con la brisa que del Caribe viene a calentar el Atlántico y a perfumar
con sus mieles mi corazón cansado de tanto vivir de lejos, de tanto llorar la
ausencia.
Seguiré
bailando porque cuando bailo mis ojos brillan y me siento niña otra vez, la
misma que corría las olas y recogía caracoles en las playas de mi Oriente, la
que se sentaba a esperar el atardecer a orillas del Lago de Maracaibo admirando
su Puente, la que perseguía mariposas en la montaña Andina, la que recordaba
los paseos al Caroní, la que soñaba con los Llanos donde moraban Doña Bárbara y
Santos Luzardo, la que admiraba las prisas y las luces de Caracas abrazada por
su Ávila, la que contaba cada Araguaney que en el mes de mayo decoraba el
camino hasta Carora. La niña que caminaba
de puntillas para no salpicar los zapatos de ese petróleo que se escapaba del
pozo al que aquel balancín aburrido enamoraba noche y día, iluminado por el
mechurrio que le acompañaba y que guiaba el camino a mi escuela, mientras tarareaba
las canciones que aprendía en el coro: Brisas del Zulia y Sombra en los
Médanos, y mis pasos crujían al quebrar la arena tostada por ese sol inclemente
que parecía perseguirme para que nunca lo olvide. Y lo logró… nunca lo he olvidado.
Seguiré
bailando porque vuelvo a ser la niña que juega feliz en la arena de los
Médanos, y siento la brisa del Llano meciendo mis caderas y el tambor de la Costa estremeciendo mi
cintura. Bailo desde tierras Canarias porque aquí me trajo la vida, porque aquí
aprendí los pasos que me animan a no desmayar.
E imagino el gran abrazo que en un baile se dan mi recordado Pico
Bolívar y el magestuoso Volcán del Teide.
No sé lo que tú
sientes cuando yo bailo, pero sí sé lo que yo siento. Y siento que como una maestra a sus niños, sin
ser maestra ni ser bailarina, muestro al mundo con orgullo los danzares de mi
tierra y la tolerancia me embriaga y me dice que me calme y que siga bailando,
porque un día bailaremos todos juntos.
Seguiré
bailando porque sigo esperando el día en el que las manos de mis dos Venezuelas
se unan en un mismo aplauso para animarme a seguir bailando, a seguir viviendo.
Y si un día ya
no puedo bailar con mis pies porque éstos ya no soporten mis pasos, empezaré a
bailar con mis ojos, con mis manos, con mis hombros, con mis caderas, con lo
que quede de mí. Esto no me lo pude
haber inventado, esto no es un sueño, no se puede sentir tanto por algo que no
existe, así que me convenzo de que lo que aprendí, el mundo que me enseñó a
vivir, a amar, a compartir, a estudiar, a ser niña y a ser mujer, a reír, a
valorar, a respetar, ese mundo no me lo pude haber inventado, ese mundo existe
y está en algún sitio. Ese mundo es mi
Venezuela, y por ella bailo, y amo y lloro y canto y sueño, y no puede ser
mentira. Me niego a perderla. Si yo la tengo, sé que muchos más la
tienen. Está guardada en algún sitio,
pero sé que con mis pasos al bailar remuevo la esperanza de volverla a ver
bonita, y la tolerancia me insiste que resista, que sonría, que no dé pasos
hacia atrás, que me levante si me caigo, que mantenga la frente en alto y siga
bailando y enamorando con la mirada y mi faldeo al público que observa.
Cuando logro
sacar aplausos a los que me quieren y a los que no, cuando logro robar sonrisas
a los que piensan distinto a mí, termino mi jornada de baile con el orgullo de
haber transmitido que la cultura y las raíces son una sola. Y me aferro a esa
cuerda rota para unir sus extremos con mis manos, con mi falda, con mi baile,
con un joropo bien “trancao”. Es mi
manera de gritar, es mi manera de expresar, de drenar mi angustia, mi soledad,
mi silencio, mi cansancio, pero también mi alegría y mis inmensas ganas de seguir
viviendo y amando.
Porque bailando
construyo puentes, porque bailando dreno y olvido, porque bailando siento que
brillo, aprendo y soy tolerante. Porque bailando activo la esperanza en mi
mente y me siento yo, y vuelvo a ser niña.
Porque bailando cuento los pasos y no las monedas ni los días que quedan,
y mi corazón se agita y gana vida.
Porque bailando pierdo el miedo y se me sale la alegría y aprendo a
mirar de frente. Porque por fin lanzo al
aire la vergüenza y como no me gusta gritar, prefiero que lo hagan mis pies y
mis brazos. Y bailando a Venezuela,
siento que puedo despertar lo que se ha ido a dormir hasta entrar en una
profunda pesadilla abstracta y surrealista.
Porque no
quiero más pesadillas, porque quiero seguir soñando, porque quiero seguir
aprendiendo, porque quiero inyectar positivismo a mis pasos, porque amo a mis
raíces, porque quiero ser tolerante, porque no quiero más cansancio, ni tristeza,
por todas estas razones… seguiré bailando…
Tus pies y tus caderas danzan a rito del vals, bajo el calor de la luna, sobre las tibias arenas, entre cardones y tunas. Meciendo las palmeras como si fuera mecer de mares, me pongo en mi terruño a evocar.
ResponderEliminarBaila, danza, trenza, no frenes tus alegrías ni tus ganas homenajear a tu tierra y simultáneamente dale a tú cuerpo ese júbilo que te pide. El tiempo es muy veloz y siempre te vencerá, terminarás danzando en sueños o despierta con el pensamiento. El baile es una forma de llegar a la belleza, de dominar cada musculo y lanzarlo a la felicidad. Como siempre, bonita reflexión.