jueves, 18 de junio de 2015

Locura

Respirar, respirar y en cada suspiro vaciar la mente.  Sólo eso, vaciar.  Mirar y seguir, llenarse de fuerzas.  Apartar la debilidad y no seguir esperando lo que no llega. Eso intentaba ella. Pensar en blanco, todo vacío, muy vacío.  Soplar y relajar, cerrar los ojos y no pensar.  Si pudiera volar, se iría alto, muy alto, lejos del pensar, cerca de la nada.  Y vaciar, vaciar los suspiros, respirar esperanza, abrazar el aire, ligero, transparente.


El arma que la seguía era punzante, hiriente.  El dolor se acumuló, no encontraba la salida.  La herida era profunda y estaba colapsada.  Había que respirar.  Su mente se dispersó tanto que no encontró cómo posarse de nuevo en su lugar. Había muchos lugares.  La ausencia de respuestas empezó a llenar los lugares vacíos.  Y sucumbió a la desesperanza, al olvido.

Tanto peso en la mente.  Sólo quería vaciar.  Ese peso dolía y hasta pisar era un dolor.  Le robó alas a un duende y se puso a saltar entre flores que imaginó.  Eso era lo que quería, flores llenas de aromas, de suavidad, de belleza. No podía dejar morir la ilusión.  Le habían dicho que todo pasa y no se lo creía.  Necesitaba aire, necesitaba volar.  Olvidar algunas cosas, recordar otras.

Sus pies ya no dejaban huellas.  Descalzos y agrietados se cansaron de caminar.  La soledad se apoderó de su soñar y una sonrisa vacía adornó su pesar.  Una mirada distraída ocupó el lugar que antes unos ojos inquietantes dominaban y encantaban.

Locura retorcida, fragilidad destruida, ingenuidad palpitante, en una mente que se perdió en el silencio de repuestas adivinadas, en la cavidad de rocas abrazadas en el oleaje, golpeadas en su acantilado.

Y no volvió a desear un vuelo, ¿para qué? si ya estaba volando. Se acabaron sus temores, pasaron a otro plano, se vistieron de colores y se ahogaron en su precipicio. Ya ni respirar quería, no quedaba mucho por vaciar.

Comenzó a soñar, a llevar a su mente lo que siempre quiso.  Y lo consiguió, logró escapar a la realidad que la sucumbía, ya no había temor, ni dolor, ni desesperanza.  La ingenuidad se convirtió en su mundo, la sonrisa perdida fue encontrando su espacio muy cerca de esa mirada atrapada en el vacío.  Y el mundo siguió su ritmo.  Había tristeza a su alrededor, pero ella no la sintió.

Murmuró sus placeres, se los contó a los espejos, a las plantas, mientras sonreía picaresca.  De vez en cuando se escondía de sí misma detrás de un velo imaginario, que destapaba para asomar su rostro cuando sentía que el sonido se hacía escaso y el ambiente borroso y distante.

Así logró escapar del puñal que la perseguía, o eso creía, pues de alguna manera ya estaba apuñalada.  Y así quedó: huída en su locura, sintiendo que todo pasa y que su mundo por fin es el que soñaba. Su mente así lo forjaba y entonces su alma lo sentía.  Se reía a carcajadas en su circo lleno de piruetas, de juegos inocentes, de canciones desafinadas. 

¿Me preguntas si ahora es feliz? Cómo saberlo, eso parece, echó al mar su agobio, decidió nadar entre placeres sencillos y respirarse el tiempo según va pasando, sin tormentos ni preocupaciones verdaderas.

La verdad siguió su rumbo, las preocupaciones pasaron a otros, el cariño se volcó sobre ella buscando que alguna vez regresara.  Pero ella parecía no querer hacerlo, se le veía tan ingenua y despreocupada, tan centrada en su locura.


Las hojas cayeron y terminó otro otoño, su cabello despeinado se fue llenando de canas; el viento pasó y dispersó las hojas, las canas se revolvieron y se hicieron más rebeldes; las hojas crujieron por falta de vida, sus canas se quebraron y atenuaron la calvicie… El tiempo pasó, la cordura no volvió, y la locura se adueñó hasta la muerte, dejando el recuerdo de quien no pudo soportar la insensatez de su vida y sin querer decidió doblegarse a la incoherencia de las páginas rotas del libro de sus sueños que, en medio de sus disparatados tormentos, ya nunca pudo terminar de escribir.

2 comentarios:

  1. La locura no era ajena era suya, no estaba loca por necesidad, no era ira, no era una locura pasajera, que valor tuvo, consiguió dominar la pasión para que la locura no la domine, se lo contó a los espejos y estos les reflejaban su cara sonriente. Las plantas muy receptivas atrapaban sus temores y logró escapar de ese puñal, que siempre se lo clavaban en la misma herida, ahogó su trastorno cuando encontró la sonrisa pérdida. Como siempre, bonita reflexión.

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