Respirar, respirar y en cada
suspiro vaciar la mente. Sólo eso,
vaciar. Mirar y seguir, llenarse de
fuerzas. Apartar la debilidad y no seguir
esperando lo que no llega. Eso intentaba ella. Pensar en blanco, todo vacío,
muy vacío. Soplar y relajar, cerrar los
ojos y no pensar. Si pudiera volar, se
iría alto, muy alto, lejos del pensar, cerca de la nada. Y vaciar, vaciar los suspiros, respirar
esperanza, abrazar el aire, ligero, transparente.
El arma que la seguía era
punzante, hiriente. El dolor se acumuló,
no encontraba la salida. La herida era
profunda y estaba colapsada. Había que
respirar. Su mente se dispersó tanto que
no encontró cómo posarse de nuevo en su lugar. Había muchos lugares. La ausencia de respuestas empezó a llenar los
lugares vacíos. Y sucumbió a la
desesperanza, al olvido.
Tanto peso en la mente. Sólo quería vaciar. Ese peso dolía y hasta pisar era un
dolor. Le robó alas a un duende y se
puso a saltar entre flores que imaginó.
Eso era lo que quería, flores llenas de aromas, de suavidad, de belleza.
No podía dejar morir la ilusión. Le
habían dicho que todo pasa y no se lo creía.
Necesitaba aire, necesitaba volar.
Olvidar algunas cosas, recordar otras.
Sus pies ya no dejaban
huellas. Descalzos y agrietados se
cansaron de caminar. La soledad se
apoderó de su soñar y una sonrisa vacía adornó su pesar. Una mirada distraída ocupó el lugar que antes
unos ojos inquietantes dominaban y encantaban.
Locura retorcida, fragilidad
destruida, ingenuidad palpitante, en una mente que se perdió en el silencio de
repuestas adivinadas, en la cavidad de rocas abrazadas en el oleaje, golpeadas
en su acantilado.
Y no volvió a desear un vuelo,
¿para qué? si ya estaba volando. Se acabaron sus temores, pasaron a otro plano,
se vistieron de colores y se ahogaron en su precipicio. Ya ni respirar quería,
no quedaba mucho por vaciar.
Comenzó a soñar, a llevar a su
mente lo que siempre quiso. Y lo
consiguió, logró escapar a la realidad que la sucumbía, ya no había temor, ni
dolor, ni desesperanza. La ingenuidad se
convirtió en su mundo, la sonrisa perdida fue encontrando su espacio muy cerca
de esa mirada atrapada en el vacío. Y el
mundo siguió su ritmo. Había tristeza a
su alrededor, pero ella no la sintió.
Murmuró sus placeres, se los
contó a los espejos, a las plantas, mientras sonreía picaresca. De vez en cuando se escondía de sí misma
detrás de un velo imaginario, que destapaba para asomar su rostro cuando sentía
que el sonido se hacía escaso y el ambiente borroso y distante.
Así logró escapar del puñal que
la perseguía, o eso creía, pues de alguna manera ya estaba apuñalada. Y así quedó: huída en su locura, sintiendo
que todo pasa y que su mundo por fin es el que soñaba. Su mente así lo forjaba
y entonces su alma lo sentía. Se reía a
carcajadas en su circo lleno de piruetas, de juegos inocentes, de canciones
desafinadas.
¿Me preguntas si ahora es feliz?
Cómo saberlo, eso parece, echó al mar su agobio, decidió nadar entre placeres
sencillos y respirarse el tiempo según va pasando, sin tormentos ni
preocupaciones verdaderas.
La verdad siguió su rumbo, las
preocupaciones pasaron a otros, el cariño se volcó sobre ella buscando que
alguna vez regresara. Pero ella parecía
no querer hacerlo, se le veía tan ingenua y despreocupada, tan centrada en su
locura.
Las hojas cayeron y terminó otro
otoño, su cabello despeinado se fue llenando de canas; el viento pasó y dispersó
las hojas, las canas se revolvieron y se hicieron más rebeldes; las hojas crujieron
por falta de vida, sus canas se quebraron y atenuaron la calvicie… El tiempo
pasó, la cordura no volvió, y la locura se adueñó hasta la muerte, dejando el
recuerdo de quien no pudo soportar la insensatez de su vida y sin querer
decidió doblegarse a la incoherencia de las páginas rotas del libro de sus
sueños que, en medio de sus disparatados tormentos, ya nunca pudo terminar de
escribir.
La locura no era ajena era suya, no estaba loca por necesidad, no era ira, no era una locura pasajera, que valor tuvo, consiguió dominar la pasión para que la locura no la domine, se lo contó a los espejos y estos les reflejaban su cara sonriente. Las plantas muy receptivas atrapaban sus temores y logró escapar de ese puñal, que siempre se lo clavaban en la misma herida, ahogó su trastorno cuando encontró la sonrisa pérdida. Como siempre, bonita reflexión.
ResponderEliminarAlgún día escribiré como tú.
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