viernes, 4 de diciembre de 2015

¡Nos vemos en el Taladro!

 Así es.  “¡Nos vemos en el Taladro!”.  Una expresión llena de tantos recuerdos… Y con esta expresión les voy a contar un trocito de esos que de repente se escapan de mi mente y me llevan al pasado.  Y es que me pasa como a muchos.  Parece que el pasado siempre fue mejor…

Érase una vez un señor Taladro que ya se había jubilado.  Estaba junto a las oficinas principales de La Salina. Me estoy refiriendo a la enorme cabria o torre de un viejo pozo petrolero que por muchos años se convirtió, durante la época decembrina, en un símbolo de la navidad y del encuentro del pueblo, junto al alma que dominaba y sigue dominando aquellos espacios: la empresa petrolera.  Eso era en Cabimas, en el estado Zulia, en Venezuela.  Allí nací y de allí vienen estos recuerdos.


Aunque me ausenté unos años de mi niñez, cuando volví, una de las figuras más llamativas que se grabaron en mi memoria, fue la de aquella torre de un taladro de perforación en desuso, comúnmente conocida como: el Taladro, que la empresa petrolera decoraba con un juego de luces, cada año más lucido que el anterior.  Parecía un enorme árbol de navidad.  Se convertía en un gran deleite pasar por el lugar, al lado del gigantesco patio de tanques de petróleo, y extasiarse un rato con el hermoso decorado y juego de luces de aquella vistosa estructura.

Y aquel señor Taladro se convirtió por muchos años en un punto de encuentro muy especial, cuando la empresa ofrecía como regalo o tributo a la ciudad en la que operaba, un hermoso concierto de gaitas de la mano del popular grupo musical Barrio Obrero.  Sus gaitas eran contagiosos cánticos al pueblo y sus costumbres, a la protesta, a la navidad y a la devoción religiosa, a ritmo de cuatro, maracas, charrasca, furro y tambora. A los pies de aquella gigantesca estructura se organizaba el evento más esperado de esa ciudad petrolera, como inicio de las fiestas navideñas.

Se despejaba el estacionamiento de las oficinas principales de la empresa y familias enteras asistían al evento, los amigos del colegio, los del liceo, los de la universidad, los del trabajo, todos se daban cita en el lugar y en un ambiente de alegría y de gaitas se daba por iniciada la navidad en Cabimas.

Todo eso terminó.  La fiesta se acabó, los tiempos cambiaron.  Ya no hubo gaitas a los pies de ese enorme árbol de acero.  Se apagó la ilusión, así como un día se apagó el hermoso Puente iluminado.  El encuentro se convirtió en desencuentro, en añoranza.

Aún quedan luces.  Hay muchas cabrias y también balancines, que en su aburrido vaivén, cual caballitos de juguete con baterías inagotables, siguen pacientes a la espera de una fiesta decembrina, que los decore y los haga brillar, y reúna a su alrededor a la gaita y a la gente.  Quizás ya no será igual.  Las luces de unos tiempos no son como las de otros.  Lo importante es que haya luces, que vuelva la alegría, que las familias se reúnan de nuevo para aplaudir, cantar y bailar a ritmo de gaita, como siempre, en navidad.

El viejo Taladro no sé si aún estará, hace tanto tiempo que no paso por allí… En mi memoria se quedó en mi camino al colegio todos los días, en ese cotidiano transitar en una ciudad metida en la empresa o quizás una empresa metida en la ciudad.  Al final eran lo mismo: una gran casa, y en su salón principal el más hermoso árbol de metal.


Los aires son distintos, los sonidos son diferentes, la gente ya no está, las canciones han cambiado.  Los ríos han desviado su cauce, pero al final las aguas tendrán que correr por donde el corazón las quiera llevar.  Y aunque ya no estén las mismas estructuras, ni en el escenario toquen los mismos músicos, quizás algún un día se vuelva a escuchar decir con alegría: “¡Nos vemos en el Taladro!”

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