Feroz como una loba hambrienta, pero a la vez tan sensual como el labial
cerezo que esconde siempre bajo su pecho. Con la postura de una yegua en celo:
erguida y presumida, con la elegancia de una gacela en vuelo: distante y
solitaria.
A veces fría, como la copa olvidada en la mesa por los amantes presurosos
que lo olvidan todo por un momento de locura.
A veces tan cálida, como el abrazo que los despierta al amanecer y les
recuerda que deben irse.
Tan peligrosa como la garganta sonora de aquel que grita su verdad... Tan
sutil como la bala que se desliza inclemente por el túnel del fusil.
Luna etérea. Luna blanca, inspiradora para los poetas, luna de plata
deseada por los lobos sedientos de la noche, para afilar sus punzantes dagas. Hiriente y despiadada, a la vez que sublime y
amada.
Parece indestructible por su actitud desafiante. Parece un árbol eterno, de los que no suelen
caer, de los que echan raíces en los campos más hostiles, de los que dan sombra
a quien no se la pide, de los que regalan frutos y hacen alfombras con sus
hojas caídas.
Pero no es tan cruel como parece, ni es tan sumisa como otros creen. En
realidad es blanda y de corazón acolchado.
Temerosa, genuina, pero débil, muy débil. Se irrita con sólo tocarla, se
reseca hasta morir si no siente humedad, llora a escondidas y se desvela
tejiendo historias en el telar de su imaginación. Las amasa, las refrigera y las cuece. Las
reserva en su bol transparente de tapa hermética. No las puede digerir tan rápido, por eso las
va consumiendo lentamente y las disfruta mientras percibe su sabor, no siempre
dulce, a veces amargo, otras veces ácido y otras tan picante como el brillo de
sus ojos.
Es ella. La dama triste con sonrisa de cristal, la de los labios pintados,
la que todo lo piensa sin decir nada.
Guarda en su cartera un desatador para nudos de garganta, que la
acompaña a todas partes y esconde bajo sus sedosas medias la valentía y el
coraje de unas piernas que se atreven a trepar cuando hay que hacerlo y a
correr cuando la ocasión lo requiere.
¿Hermosa? Algunos dicen que sí, otros que no. Yo prefiero imaginar lo que
ella siente, ya quisiera sentir un poco lo que ella es.
No hay camino que se resista a tumbarse ante sus pies. Ella sabe hacerlos, hace caminos y ellos se
dejan hacer. Callada y ruidosa a la
vez. Magnífica amante. Discreta y celosa. Es poderosa, es sensual,
sabe brillar.
La vi entrar y supe que era ella, todos sabían que era ella, la de la copa
en la mano, la de la mano en el escote, la que todos deseaban mirar. Se escondió con cautela de las miradas
indiscretas y guardó con discreción sus intenciones. Todos querían estar con
ella y todas querían ser como ella.
Entró y luego desapareció. Esta vez no habló, sólo brilló, como lo hace
siempre, como sólo ella es capaz de brillar.
Dama que inquieta con su sola presencia, dama que hace soñar, aunque quizás
sea ella la que no sabe soñar, la que se equivoca cada vez que quiere empezar. Mentira
maquillada con magia, verdad barnizada de ansiedad. Irreal, tal vez. Certera, quizás.
Parece lo que no es y es lo que no se ve.
Una vida que empieza a contar, o un cuento que empieza a vivir. Altivez, fuerza y pasión. Todo detrás de sus ojos, nada detrás de su
mirada. Sólo cuando ella quiere, sólo
cuando lo decide, así es ella.
La encontré oculta entre las páginas de un libro, debajo de las vestiduras
de un personaje enigmático y cuando me vio, no se intimidó. Sonrió y me dijo que nuestra conversación no
existía, pero que no olvidara que entre las dos, la única que vive soy yo. Entonces, releí las líneas que me llevaron a
su encuentro, mientras me daba cuenta de que sí estaba viva de verdad. Abrí los ojos y levanté el libro que estaba
adormecido sobre mi pecho, debajo de mi respiración profunda… y desperté con la
sensación de su altivez y su fuerza. Me inspiro en su pasión, para envolver la
mentira que se cuece detrás de mis ojos, a un lado de mi pecho y en el borde delineado
de las palabras que se duermen en mis labios.
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