jueves, 14 de septiembre de 2017

Crónica de un letargo

No sé si quiero o no quiero, tal vez sí, tal vez no.  No sé si abrir los ojos, tal vez los abra, tal vez no.  Tampoco sé si quiero pensar, para eso ni siquiera tengo un tal vez.  Y a mi corazón no le quiero preguntar, seguro que ya no quiere responder, quizás se ha cansado de mí.  También se cansa, igual que me he cansado yo.
Le pregunto a mis manos, ellas siempre quieren ayudar.  Pero las veo cansadas, creo que se quieren marchar, tal vez porque les he prestado poca atención y así, maltratadas, no me quieren escuchar.  Las pobres, mejor ni las miro, querrán descansar. Les regalaré una flor, a ellas les gustan las caricias suaves, tal vez se entretengan desojando sus pétalos, desojando margaritas, al igual que la canción.
Sigo con mi duda y sin ganas de pensar.  A decir verdad, sin ganas de moverme.  Como el tiempo cuando lo mueve un ventilador, lento, muy lento. Así es el tiempo cuando no quiero pensar y mi cuerpo parece que tampoco me quiere ayudar.
Le preguntaré a mis piernas, tal vez se quieran mover… ¡Imposible! Ya han percibido mis intenciones y sé que se hacen las dormidas, no me escuchan o no me quieren escuchar.  Y mis pies se han rebelado, ni siquiera se quieren calzar. Me dicen que los suba muy alto, lo más lejos de mí que ellos puedan llegar.  Así es imposible andar.
Mis hombros han perdido altivez, ya no se quieren erguir, me dicen que debo quitar peso de más abajo, para poder tener la postura que desean.  Que ya no soy como antes y les está costando ser elegantes, no quieren jugar con mi nariz a ver cuál presume más de mí, que estoy muy pesada y se burlan de mí.  Tarea difícil con la que me quieren retar, cada vez es más difícil rebajar.
Empiezo a dar pena, mi cuerpo no quiere responder.  Como castigo, ni siquiera lo voy a vestir.
Parece que me lee el pensamiento.  Se empieza a incomodar y me pide que al menos lo cubra un poco, que sólo quiere descansar. Yo lo entiendo, tampoco tengo ganas de nada, ni siquiera de pensar, mucho menos de reír.  Por eso me salen estas líneas, que mientras las leo, me entran ganas de dormir.
Qué aburrido me queda este relato, la calma se apodera de mí.  Encuentro una almohada en cualquier lado y mi cabeza se queda allí.  Visto mi cuerpo con cualquier trapo, las piernas no las puedo ni subir.  De mis caderas se quedan colgando y se niegan a moverse y seguir.
Apenas abro mis ojos, lo suficiente para ver dónde estoy.  Una vez ubicada, ni siquiera recuerdo quién soy.  A estas alturas da igual si soy yo, o tal vez lo que quede de mí.  Reposo calmada y cansada, no sé si me peiné hoy o no.  Estoy sola con mi almohada, mal sentada o acostada en mi desván.  Me imagino en una hamaca, con el viento que no está.  Quizás sea el tiempo del ventilador el que atontó mi bienestar, y estando o sin estar, más bien creo que ya ni estoy, ni en la sala, ni en la habitación, ni entre las palmeras de aquel lugar. 
Él a pesar de mí y yo a pesar de él. Así estamos mi cuerpo y yo, intentando estar de acuerdo para seguir, aunque ahora mismo da igual para dónde, si yo lo que quiero es dormir…

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