jueves, 31 de agosto de 2017

La breve historia de dos amantes

Esta es la historia que nunca comenzó y que aun así, poco a poco va llegando a su final.  Es la historia de dos amantes que amándose, nunca se amaron, que se encontraron aunque nunca se buscaron, que enlazaron sus miradas a pesar de que nunca llegaron a mirarse. La historia que sin tener principio, creyeron comenzar y sin tener final, creyeron terminar.

Sintieron lo que no había, se inventaron un sólo corazón que no llegaron a compartir, se dijeron lo que jamás se escuchó, se escribieron las cartas que nunca llegaron.


Se imaginaron.  Eso sí, se imaginaron. No hubo viento capaz de llevarse las palabras que desearon decirse y se quedaron flotando a su alrededor, vagando como almas en pena. Las sentí cuando pasé por ese lugar de encuentro que nunca se dio. 

Hubo deseos que se transformaron en fuego y se quemaron. Hubo abrazos que se derritieron antes de poder congelarse en el tiempo.  Hubo promesas que no se hicieron y besos que no se dieron, pero se sintieron sus cosquilleos hasta en esos lugares que ellos no exploraron. Hubo lo que no había, tembló un suelo que se agrietó y se abrió ante sus pies. Y se asustaron.

Los dos amantes renunciaron a su destino y sin despedirse se marcharon. Sus besos quedaron colgados en los clavos que perforan las paredes de su distancia. 

Como nunca se saludaron, tampoco se despidieron. Quién sabe si en una tercera vida se cruzarán sus pasos y se amarán como nunca lo han hecho. Ya llevan dos vidas sin haberse amado y seguirán siendo amantes de una historia que nunca ha tenido un comienzo pero que está llena de despedidas sin adiós.  Parece un castigo a su poca valentía. 

Un cementerio de besos es ahora el campo santo del amor que no fue. Allí descansan sin paz los dos amantes de una historia que no empezó y con resignación se entierra en las páginas de un cuento que no quiere acabar, pero sus páginas ya están por terminar.


Los veo leer muy lentamente las pocas líneas que quedan antes de llegar al final.  Quizás juegan con el tiempo, a la espera de que sople el viento y se lleve esa página que no se atreven a arrancar, donde se lee esa palabra final que tampoco se atreven a pronunciar.

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