Había mucha gente en ese
lugar. Todos muy distintos, con
diferente caminar, de muchos colores, de muchos sonidos. Reían y hacían. Gesticulaban con todo su cuerpo, a veces en
grupos, a veces en parejas, a veces en solitario. Iban y venían.
Se encontraron dos y se
saludaron con emoción. Un abrazo los
despidió. Los vi alejarse sin mucha ilusión, como si el
encuentro anterior no hubiese existido.
Entonces, ¿por qué se abrazaron?... Ellos lo sabrían…
Seguí observando, no sabía
muy bien de qué se trataba el lugar o la ocasión. Conversaban tres y se sumó un cuarto. Al parecer tomaron alguna decisión, pues se
separaron con un gesto de acuerdo y siguieron sin mirar atrás.
Alguno que pasaba preguntaba
algo, creo que nadie le contestó, no sé si se enfadó, pero de repente cambió el
camino y avanzó hacia otro lugar.
Todos guardaban algo detrás
de su espalda. Lo sacaban, lo usaban, lo
cambiaban y lo volvían a guardar. Había
sombras, el espacio estaba un poco turbio y aunque lo intentaba y abría muy
bien mis ojos, me costaba ver bien.
Una pareja conversaba sin
parar, miraban de un lado al otro, como cuidando el espacio de acción, y
enseguida continuaban en su afán. Señalaban a uno y a otro, lo hacían con sus
ojos, y obtenían conclusiones no necesariamente acertadas, pero sí muy bien
analizadas, que establecían como una verdad.
Transmitían sus desaciertos a algún conocido que rondaba por allí y
seguramente, a algún desconocido también.
Cualquier excusa era buena para disparar opiniones y convencer a
cualquiera de que su verdad era la única posible.
Seguían hablando entre
ellos, mientras sacaban y escondían su verdad y murmuraban sobre los demás.
Comencé a pensar que se trataba de una fiesta de disfraces. Cada uno con una careta, que cambiaban según
con quien se cruzaban. ¡Claro!, eso era lo que llevaban en sus espaldas: las
caretas, que sacaban y cambiaban cada vez que les apetecía, o que les convenía.
Con una careta se mostraban
ante algunos, con otra lo hacían ante otros.
Imitaban conductas y estrenaban emociones. Adivinaban respuestas y recreaban
actitudes. Todo aquello empezaba a tener
sentido desde aquel sillón gris en el que me encontraba. Lo que aún no sabía era qué estaba haciendo
yo allí, ni cómo había llegado. Pero, total, ya estaba allí y seguía observándolo
todo.
Me di cuenta de que ante mis
ojos se mostraba un trozo de la vida misma, un espacio sacado de cualquier
historia, de cualquier transitar. Unos y
otros, con caretas a elegir, con sonrisas en los encuentros y sarcasmos en las
espaldas. Unas veces, tomados de la
mano. Otras, apuntando desde los ojos.
Miradas punzantes y escurridizas, sonrisas fingidas, unas más, otras
menos… Tanto esfuerzo en encajar. Cada
uno dueño de su verdad y con un enorme peso en sus espaldas, que logran
disimular con el intercambio de caretas usadas para su supervivencia
social. Quizás lo que centelleaban desde
sus ojos eran sus propios puñales, esos que les hieren desde sus entrañas,
mientras perciben el extraño alivio de lanzarlos como las cartas de
recomendación: dirigidas a quien pueda interesar.
¡Vaya manera de pasar la
vida, cuántos enredos entre unos pocos! ¿Cómo sería la historia en un escenario
más grande? Veía pasar las verdades y las mentiras por encima de sus
intenciones, por debajo de sus corazones y por detrás de las miradas de sus
mismos creadores. Demasiado derroche de
imaginación extraviado en un bazar sin sentido.
Ya me gustaría tener la mitad de la invención que ellos tienen,
seguramente se me ocurriría una buena historia tan digna de contar como las de
ellos.
Aunque pensándolo bien, lo
que observo en ellos también se puede contar… Tal vez lo escriba…Quizás alguien
lo lea y logre entrar en la misma escena y cuanto antes lo haga, mejor. Es que
necesito encontrar a alguien que venga ya y me saque de aquí, alguien que leyendo
pueda entrar en este espacio y llevarme lejos de este sillón gris. Es que no sé
dónde estoy, ni cómo he llegado hasta aquí.
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