viernes, 25 de agosto de 2017

Desde el sillón gris


Había mucha gente en ese lugar.  Todos muy distintos, con diferente caminar, de muchos colores, de muchos sonidos.  Reían y hacían.  Gesticulaban con todo su cuerpo, a veces en grupos, a veces en parejas, a veces en solitario.  Iban y venían.
Se encontraron dos y se saludaron con emoción.  Un abrazo los despidió.  Los  vi alejarse sin mucha ilusión, como si el encuentro anterior no hubiese existido.  Entonces, ¿por qué se abrazaron?... Ellos lo sabrían…
Seguí observando, no sabía muy bien de qué se trataba el lugar o la ocasión.  Conversaban tres y se sumó un cuarto.  Al parecer tomaron alguna decisión, pues se separaron con un gesto de acuerdo y siguieron sin mirar atrás.

Alguno que pasaba preguntaba algo, creo que nadie le contestó, no sé si se enfadó, pero de repente cambió el camino y avanzó hacia otro lugar.
Todos guardaban algo detrás de su espalda.  Lo sacaban, lo usaban, lo cambiaban y lo volvían a guardar.  Había sombras, el espacio estaba un poco turbio y aunque lo intentaba y abría muy bien mis ojos, me costaba ver bien.
Una pareja conversaba sin parar, miraban de un lado al otro, como cuidando el espacio de acción, y enseguida continuaban en su afán. Señalaban a uno y a otro, lo hacían con sus ojos, y obtenían conclusiones no necesariamente acertadas, pero sí muy bien analizadas, que establecían como una verdad.  Transmitían sus desaciertos a algún conocido que rondaba por allí y seguramente, a algún desconocido también.  Cualquier excusa era buena para disparar opiniones y convencer a cualquiera de que su verdad era la única posible.
Seguían hablando entre ellos, mientras sacaban y escondían su verdad y murmuraban sobre los demás. Comencé a pensar que se trataba de una fiesta de disfraces.  Cada uno con una careta, que cambiaban según con quien se cruzaban. ¡Claro!, eso era lo que llevaban en sus espaldas: las caretas, que sacaban y cambiaban cada vez que les apetecía, o que les convenía.
Con una careta se mostraban ante algunos, con otra lo hacían ante otros.  Imitaban conductas y estrenaban emociones.  Adivinaban respuestas y recreaban actitudes.  Todo aquello empezaba a tener sentido desde aquel sillón gris en el que me encontraba.  Lo que aún no sabía era qué estaba haciendo yo allí, ni cómo había llegado. Pero, total, ya estaba allí y seguía observándolo todo.
Me di cuenta de que ante mis ojos se mostraba un trozo de la vida misma, un espacio sacado de cualquier historia, de cualquier transitar.  Unos y otros, con caretas a elegir, con sonrisas en los encuentros y sarcasmos en las espaldas.  Unas veces, tomados de la mano. Otras, apuntando desde los ojos.  Miradas punzantes y escurridizas, sonrisas fingidas, unas más, otras menos… Tanto esfuerzo en encajar.  Cada uno dueño de su verdad y con un enorme peso en sus espaldas, que logran disimular con el intercambio de caretas usadas para su supervivencia social.  Quizás lo que centelleaban desde sus ojos eran sus propios puñales, esos que les hieren desde sus entrañas, mientras perciben el extraño alivio de lanzarlos como las cartas de recomendación: dirigidas a quien pueda interesar.
¡Vaya manera de pasar la vida, cuántos enredos entre unos pocos! ¿Cómo sería la historia en un escenario más grande? Veía pasar las verdades y las mentiras por encima de sus intenciones, por debajo de sus corazones y por detrás de las miradas de sus mismos creadores.  Demasiado derroche de imaginación extraviado en un bazar sin sentido.  Ya me gustaría tener la mitad de la invención que ellos tienen, seguramente se me ocurriría una buena historia tan digna de contar como las de ellos.

Aunque pensándolo bien, lo que observo en ellos también se puede contar… Tal vez lo escriba…Quizás alguien lo lea y logre entrar en la misma escena y cuanto antes lo haga, mejor. Es que necesito encontrar a alguien que venga ya y me saque de aquí, alguien que leyendo pueda entrar en este espacio y llevarme lejos de este sillón gris. Es que no sé dónde estoy, ni cómo he llegado hasta aquí. 

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