viernes, 26 de mayo de 2017

Después de una pesadilla

Un penetrante olor a herida sangrante manchaba el espacio.  Un olor férreo, punzante, amargo.  Era de noche, una noche sin luna, sin estrellas.  Las sombras se perseguían entre sí y se confundían, se trenzaban y se soltaban.  El silencio era ensordecedor.  Alguna garganta dejaba escapar en susurro su llanto contenido.  Había miedo, se sentía el miedo en las paredes golpeadas, en los cristales rotos, en las piedras que quedaban esparcidas, en las flores mustias que ya no daban color al cementerio.  Había miedo y por eso el llanto se reprimía.
La oscuridad dominaba el horizonte, el cielo, la tierra, los pasos.  Las manos se buscaban y no se encontraban.  Había dolor en los recuerdos, había rencor en las heridas, había ira contenida, había amargura en las tazas que se servían, la miel seguía siendo espesa, pero no dulce. 
¡Qué terribles lucen las fachadas cuando les roban la alegría a las farolas!  Así estaba la ciudad. Inerte, aplastada, vacía de esperanza, tan gris como el cemento de sus aceras, tan roja como los restos de sangre que desdibujaban lo que quedaba de valor en los puños que ya no se movían, pero que no dejaban de apretar.
Y es que el dolor seguía siendo muy grande, tan grande como el deseo de acabar con todo y renacer de nuevo. Los ojos se miraban, se encontraban, las preguntas no se hacían, pero estaban.  Nadie sabía nada, nadie encontraba a nadie, todo era confusión, caos.  Las respuestas saltaban de charco en charco, pero nadie las entendía… Y ese olor tan penetrante, a hierro fundido en las venas y regado en las almas.  Todo estaba quieto, nadie se atrevía a preguntar.  Una pesadilla humeante, silenciosa, triste y descabellada, como cualquier pesadilla: desesperada, sin salida, pero como ninguna otra, con olor a sangre brotando desde el suelo, sangre y tierra a la vez, muerte en vida.
De pronto un grito irrumpe el silencio de esa pesadilla desesperante y agobiante.  Un grito de mujer que ya no contiene el silencio que la ahoga.  Él intenta salir de su confusión entre realidad y sueño.  No sabe si la pesadilla es cierta, si es lo que vive o simplemente lo sueña. Estaba en el suelo y había sangre, el mismo olor que percibía en su delirio. Ella estaba allí, muy cerca.  El momento había llegado.  En medio del caos brotaba nueva vida.  Estaba tirada en el suelo, desesperada, dando a luz a una nueva vida en medio de un paisaje moribundo.  La angustia adelantó los planes, la vida decidió continuar su camino y hacer lo que sabe hacer: vivir.  Él apretó su mano, no supo qué más hacer, la vida hizo lo suyo y simplemente nació.
Él seguía sin saber si estaba dormido o despierto, no podía moverse aunque quisiera.  Hizo su mayor esfuerzo, pero se sentía aplastado.  No pudo tomar a la niña en sus brazos, sus manos le pesaban.  Quiso gritar y no pudo, quiso levantarse y levantarla y no pudo, quiso entonces despertar y por fin lo hizo.  Ella lo llamaba, había que salir cuanto antes, el momento había llegado.  Estaba enredado entre las sábanas.  Dos cojines conspiraban para aplastarlo,  Afuera se escuchaban detonaciones.  Una pesadilla dentro de otra revolvían juntas la sensatez de quien ya no sabía si seguía vivo o muerto, si estaba dormido o despierto.  Era poca la diferencia cuando tras los muros transcurría el derrumbe de una ciudad, el desorden incivilizado que dejaron los insensatos al pasar.  Triste escenario para esa vida que estaba por nacer.
Pero el llanto hizo lo suyo y antes de que el tiempo se tomara su tiempo y el llanto se ahogara en llanto, un grito de floreciente agonía servía de antesala al más sublime de los lloros.  La inocencia de un alma envuelta en piel llegaba a la vida sin pedir permiso, sin protocolo de entrada, sin pretensiones.  Hermosa como su pureza y con la entereza de quien quiere simplemente vivir.
La pesadilla quedó atrás, en una noche que muere porque el tiempo se la lleva, porque sus vivientes la matan y porque la realidad quiere ser mejor.  Un llanto de inocente niña acaba con la angustia de una noche sin fin, sin luz, sin decoro.  Llanto y alegría mezclados en una pequeña vida, que sin saberlo tendrá que enfrentar los monstruos que amenazan desde una ciudad humeante.  Sangre en su piel que huele a grandeza, a principio, a fuerza, a esperanza. Sangre que abre el telón de la vida, que deberá aprender a limpiar la que se cuece sin piedad en las aceras, en el asfalto, en los muros. Sangre de vida que limpia sangre de muerte, que sana heridas, que tendrá que aprender a luchar.

Inocente niña.  Su momento: muy cruel, su camino: aún si andar, su saber: sólo vivir, su presente: dolor y sangre, su pasado: historia, su futuro: un desafío al ímpetu, a la entereza, al valor y al amor.  Su legado tendrá que ser como su nombre: Libertad.

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