Un penetrante olor a herida
sangrante manchaba el espacio. Un olor
férreo, punzante, amargo. Era de noche,
una noche sin luna, sin estrellas. Las
sombras se perseguían entre sí y se confundían, se trenzaban y se soltaban. El silencio era ensordecedor. Alguna garganta dejaba escapar en susurro su
llanto contenido. Había miedo, se sentía
el miedo en las paredes golpeadas, en los cristales rotos, en las piedras que
quedaban esparcidas, en las flores mustias que ya no daban color al
cementerio. Había miedo y por eso el
llanto se reprimía.
La oscuridad dominaba el
horizonte, el cielo, la tierra, los pasos.
Las manos se buscaban y no se encontraban. Había dolor en los recuerdos, había rencor en
las heridas, había ira contenida, había amargura en las tazas que se servían,
la miel seguía siendo espesa, pero no dulce.
Y es que el dolor seguía
siendo muy grande, tan grande como el deseo de acabar con todo y renacer de
nuevo. Los ojos se miraban, se encontraban, las preguntas no se hacían, pero
estaban. Nadie sabía nada, nadie
encontraba a nadie, todo era confusión, caos.
Las respuestas saltaban de charco en charco, pero nadie las entendía… Y
ese olor tan penetrante, a hierro fundido en las venas y regado en las
almas. Todo estaba quieto, nadie se
atrevía a preguntar. Una pesadilla
humeante, silenciosa, triste y descabellada, como cualquier pesadilla:
desesperada, sin salida, pero como ninguna otra, con olor a sangre brotando
desde el suelo, sangre y tierra a la vez, muerte en vida.
De pronto un grito irrumpe
el silencio de esa pesadilla desesperante y agobiante. Un grito de mujer que ya no contiene el
silencio que la ahoga. Él intenta salir
de su confusión entre realidad y sueño.
No sabe si la pesadilla es cierta, si es lo que vive o simplemente lo
sueña. Estaba en el suelo y había sangre, el mismo olor que percibía en su
delirio. Ella estaba allí, muy cerca. El
momento había llegado. En medio del caos
brotaba nueva vida. Estaba tirada en el
suelo, desesperada, dando a luz a una nueva vida en medio de un paisaje
moribundo. La angustia adelantó los
planes, la vida decidió continuar su camino y hacer lo que sabe hacer: vivir. Él apretó su mano, no supo qué más hacer, la
vida hizo lo suyo y simplemente nació.
Él seguía sin saber si
estaba dormido o despierto, no podía moverse aunque quisiera. Hizo su mayor esfuerzo, pero se sentía
aplastado. No pudo tomar a la niña en sus
brazos, sus manos le pesaban. Quiso
gritar y no pudo, quiso levantarse y levantarla y no pudo, quiso entonces
despertar y por fin lo hizo. Ella lo
llamaba, había que salir cuanto antes, el momento había llegado. Estaba enredado entre las sábanas. Dos cojines conspiraban para aplastarlo, Afuera se escuchaban detonaciones. Una pesadilla dentro de otra revolvían juntas
la sensatez de quien ya no sabía si seguía vivo o muerto, si estaba dormido o
despierto. Era poca la diferencia cuando
tras los muros transcurría el derrumbe de una ciudad, el desorden incivilizado
que dejaron los insensatos al pasar.
Triste escenario para esa vida que estaba por nacer.
Pero el llanto hizo lo suyo
y antes de que el tiempo se tomara su tiempo y el llanto se ahogara en llanto,
un grito de floreciente agonía servía de antesala al más sublime de los
lloros. La inocencia de un alma envuelta
en piel llegaba a la vida sin pedir permiso, sin protocolo de entrada, sin pretensiones. Hermosa como su pureza y con la entereza de
quien quiere simplemente vivir.
La pesadilla quedó atrás, en
una noche que muere porque el tiempo se la lleva, porque sus vivientes la matan
y porque la realidad quiere ser mejor.
Un llanto de inocente niña acaba con la angustia de una noche sin fin,
sin luz, sin decoro. Llanto y alegría
mezclados en una pequeña vida, que sin saberlo tendrá que enfrentar los
monstruos que amenazan desde una ciudad humeante. Sangre en su piel que huele a grandeza, a
principio, a fuerza, a esperanza. Sangre que abre el telón de la vida, que
deberá aprender a limpiar la que se cuece sin piedad en las aceras, en el
asfalto, en los muros. Sangre de vida que limpia sangre de muerte, que sana
heridas, que tendrá que aprender a luchar.
Inocente niña. Su momento: muy cruel, su camino: aún si
andar, su saber: sólo vivir, su presente: dolor y sangre, su pasado: historia,
su futuro: un desafío al ímpetu, a la entereza, al valor y al amor. Su legado tendrá que ser como su nombre:
Libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar con tu comentario en esta página