Querían culpar a otros de
sus propias limitaciones, querían aparentar lo que no era, pero necesitaban
ser. Querían más que pertenecer, más que estar.
Esa necesidad de sentirse más, de tener más, de poder más. No sé si es que nacieron así o se fueron
haciendo con los años, pero resultaban realmente insoportables. Y en eso de
querer trepar a costa de lo que sea, se montaron en su propio círculo del que
no pudieron ya nunca escapar. ¿Qué clase de círculo? Uno vicioso, por supuesto,
que por más que se avanza en él siempre se vuelve a lo mismo, da igual en qué
punto, siempre será un punto de retorno.
Primero, un trato mal hecho,
engaños al por mayor. Una amistad en el
momento perfecto para sacar el mejor provecho, palabras de dolor que casi se
convierten en risas, sarcasmo e ironía girando dentro de su juguete favorito.
Palabras y más palabras, gestos y mentiras, apoyadas en más mentiras y más
sarcasmo. Todo junto les quedaba tan
perfecto. Combinaba con su idiotez
pulida y abrillantada con un trapo mal oliente.
Unos más de la banda, que salían todos los días a ver dónde cazaban una
nueva presa.
Y en su círculo fueron
montando a todos los que cazaban.
Sacaban del bolsillo de unos y prometían a los bolsillos de otros, pero
como siempre, sus promesas se ahogaban con el hilo de su propia conciencia, ese
hilo mugriento que les daba ese aspecto de marioneta repugnante. Y en el camino, justo en la mitad de su
vicio, se quedaba su porción, una buena tajada, jugosa y apetitosa, ésa que les
hacía soñar en colores y bailar al son de la música que les tocaran.
En su círculo acariciaron
con perversidad a los que debajo de su sien se encontraban. Los hicieron
blandos e inseguros, iracundos y sumisos… despiadados. Los llevaron a la miseria, a la peor de
todas: la miseria humana, mientras les decían que los amaban. ¡Qué poca
vergüenza para manipuladores tan perversos!
Quisiera yo que fueran
pocos… pero hay tantos. Reparten su daño
por donde pasan, van dejando su olor a rastrojo, a ceniza, a desperdicio. Y una vez montados en su círculo, ya no hay
vuelta atrás. Su círculo es vicioso,
vuelta y vuelta, mareante, enfermizo.
Quisiera borrarlos con el
mismo trapo con el que abrillantan su idiotez, pero creo que lo harán ellos
mismos. Una idiotez demasiado pulida
termina quebrándose como el más fino de los cristales, dando forma a las dagas
que se entierran en sus cuellos y acaban con su mísera humanidad.
Sé que se borrarán. Son demasiado imperfectos y su basta
imperfección los hundirá en el mismo foso cruel de donde no debieron
salir.
Ya no lo quiero recordar, ni
pensar, sólo quiero que dejen de existir, que se aparten, que no molesten más,
cada uno y todos juntos, con sus juguetes, con sus vicios, que sus propios
círculos les sirvan de soga y que la utilicen como mejor puedan. Pero lejos:
del mundo, de la vida, de la paz, del encuentro, del abrazo, de las sonrisas,
de la inocencia, de la bondad. No sé si
exista un lugar así, tan vacío de sensatez, de simple sentido común; pero si no
existe, seguro lo han de crear ellos con su solo aliento, con su sola
presencia. Un sitio redondo, sin esquinas, donde giren eternamente y se harten
de sus vicios.
Que se vayan de mí, que se
vayan de los míos, que se alejen del mundo con sus vicios circundantes, para
que por fin haya paz…
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