sábado, 22 de abril de 2017

Crónica de un tiempo que no debió existir

Todo comenzó un día antes y acabó el día siguiente del día siguiente, un poco después de la hora de siempre, minutos más, minutos menos.  Todos estaban en el mismo sitio, todos menos uno, que estaba como siempre en el otro lugar, más allá de cualquier parte, más cerca que lejos, haciendo planes y torciendo la vida de otros. Su tiempo era impreciso, su lugar usurpado, su espacio robado, su espíritu rebelde y desagradecido, su presencia insolente.
Nació porque sí, porque le tocaba.  Pero no debió nacer,  llevaba mucho odio en sus entrañas y lo escupía entre pétalos para encantar a los desencantados. Ojos cerrados, brazos al frente, manos caídas, mirada vacía, risa aprendida.  Muñecos repetidos, aprendidos, desalmados. Así quedaron quienes lo seguían.
Por las noches se reía de su hazaña. En el día acariciaba sus deseos, para seducirlos más y hacerlos obedientes.  Dos seres en uno, ángel y demonio, con su verbo decorado y sus dientes afilados.  Siempre listo para cualquier batalla, daba igual si en medio de la paz o de la guerra, había que batallar.
Una vida sin vida arrancada de cualquier alma en pena.  Sentimientos retorcidos en medio de ideas rebuscadas.  Un fraude humano tentando las tormentas vacías de las voces ignorantes y de otras no tan errantes, pero egoístas hasta la inmensidad.
Un tiempo desfasado que no debió pasar.  Pero es que nació y ya nadie lo pudo evitar.  Hizo lo que tenía que hacer, como el alacrán, que pica y arde, que arde y mata, da igual si acaba de aparearse con su propia presa. Sabía besar y chupar entrañas a la vez, no lo podía evitar, es lo que hubiera hecho en cualquier lugar, con o sin circunstancia.  Por eso no debió nacer.  Pero nació y utilizó sus tenazas para atrapar presas blandas e introducirles su aguijón, para luego irse a la cama con el placer de haber hecho lo que tenía que hacer.
Así vivió donde no tenía que vivir.  Mató sueños, donde había muchas bellas durmientes fabricando ilusiones.  Y se apoderó de la desgracia mundana para hacerla suya y proyectarla como si fuera el deseo de todos.  Trastornó hasta lo que no había, porque al final hasta los espacios vacíos se hicieron eco de su desquicia.
Todo quedó al revés y el día siguiente del día siguiente, después de la hora no anunciada, ocurrió lo que tenía que pasar y todo acabó como nunca debió empezar.  El que nunca debió nacer dejó su mundo como nunca lo debió dejar.  Una gloria devastada en medio de un mudo silencio de muros que suplican un poco de piedad, en una cueva oscura barnizada de incertidumbre y deslealtad. Un tiempo cualquiera que nunca debió llegar, pero llegó y hay que saberlo superar.

Todo en la vida tiene un tiempo y todo tiempo tiene un fin. 

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