viernes, 26 de agosto de 2016

Desde la profundidad de lo simple

Me lo dijo así, sin más. Me dijo que le daba igual lo que yo le decía.  Eso me dijo.  Pero luego me dijo que lo importante era cómo se lo decía. Me dijo que se deleitaba con mi “cómo”.  Y yo, esmerada buscando en mi baúl historias para contarle y él ni sabía de qué le hablaba, aunque parecía escucharme atentamente.

“Me gusta cómo hablas, me gusta cómo te ríes, me gustan tus gestos y cómo hilas una historia con otra”.  Eso me dijo, mientras interrumpía de manera inesperada una alucinante historia que me había inventado para él.

Encuentros desde la huída

Desde que se despidió aquella vez las despedidas pasaron a formar parte de su vida.  Más de lo que hubiese imaginado.  Comenzar de nuevo, como si su vida fuese la historia de muchos resumida en una sola.  Y cada vez que se asomaba la posibilidad de otra despedida comenzaba de nuevo el temor al error.  Muchas historias en una, muchos inicios con muchos finales.  Ese tallo largo y casi infinito que visualizó en un principio se había llenado de ramificaciones y de heridas.  Se había convertido en una rama torcida y áspera, con muchos posibles caminos para seguir… Entonces, la conoció.

viernes, 19 de agosto de 2016

El miedo y el puente

Aquel puente regresó a sus sueños y decidió instalarse en su almohada para dominar las historias de sus noches.  Siempre había un puente que impedía que la historia continuara.  Sus sueños quedaban bloqueados cuando aquel puente aparecía en su camino sin dejarlo continuar. Entonces, decidió volver a ese lugar que en la niñez visitó tantas veces.  Ese puente que parecía mágico y que nunca pudo cruzar, era como si bailara entre los dos extremos del barranco, era un puente colgante y las enredaderas lo cubrían y ensombrecían.  Siempre le tuvo miedo y por eso nunca lo pudo cruzar.  Un riachuelo corría en la profundidad dejando en el ambiente el sonido suave y lejano del agua corriendo sin mayor prisa.  Era el mismo sonido que se colaba en su almohada acompañando cada historia desde las alturas de un puente misterioso que todo lo truncaba.

Allí estaba él, extasiado en el extremo de un lado del barranco, contemplando como lo hacía en su niñez, el estrecho y balanceante recorrido de un puente sin bases, sostenido por los hilos atados a los dos lados del camino.  Si tantos lo cruzaron, ¿por qué él no podía hacerlo? 

jueves, 11 de agosto de 2016

Los balancines de mi ciudad

Siguen estando por todas partes, pero creo que ya nadie los ve.  Son tantos que al final pasan desapercibidos.  Se han metido en los escondites de la ciudad y allí están, con su parsimonia de siempre.  Parecen caballitos de metal regados de manera desordenada en una sala de juegos donde nadie los ve.  Es como si tuvieran alma y sólo hacen lo único que aprendieron a hacer: se balancean sin cesar, día y noche, año tras año.  Se han convertido en el compás de un tiempo que pasa y no los ve; y aunque hunden su batuta como queriendo presumir ante un reloj que ellos también marcan el tiempo, las agujas  vuelven a girar sin prestar atención a su aburrido vaivén.

jueves, 4 de agosto de 2016

Sabor y saber. Placeres que juegan entre palabras

Nadie sabe si algo sabe o no sabe, sólo sabe quien lo prueba, porque sin probar, nada sabe.  Y pensando estoy que no se puede conjugar el saber de sabor en primera persona del singular, sin que suene a verbo corrupto, caducado, indecible, sin que sepa a sabor desabrido.  Así pues, que nadie sabe a qué sabe su sabor, si es que sabor tiene y si lo sabe, no lo ha dicho. Al menos yo no lo he escuchado.

Entonces, saber lo saben otros, los que han probado, pero el otro saber, el del que conoce, lo puede saber sin haber probado. Yo me quedo con el sabor del saber, porque el saber sin sabor pierde la exquisitez del disfrute mientras se prueba.