viernes, 9 de diciembre de 2016

De nuevo es viernes


Llovía de nuevo y ella, como siempre, dejaba su perfume en el aire mientras caminaba, pero esta vez eran las gotas las que se perfumaban.  Se cubría con su paraguas mientras seguía a paso lento, temerosa de caerse.  Y es que otra vez era viernes.
La lluvia caía despacio, pero los días avanzaban atroces, esta vez con lluvia, sin sol, pero de nuevo un viernes.  Iba sola, en medio de una ciudad confusa y atestada de ruido y movimiento.  Muchísima gente esquivando los surcos de agua, refugiándose en los toldos que de vez en cuando cubren las aceras, aliviando su viernes en una taza de café humeante.  Los barrenderos con sus escobas esperando que escampe mientras observan las hojas caídas confundirse entre los riachuelos que acarician los bordes de las aceras.  Quizás el agua les ayuda a arrastrar la suciedad del camino, quizás es porque es viernes y la velocidad se apropia hasta de sus escobas, que sin ser mágicas, mitigan el dolor de una ciudad que luce despeinada tras el trajinar de sus días, de su gente, de su tiempo desesperado.
¿Cómo puede ser viernes otra vez? Y ella con sus planes a medias.  Todo lo haría antes del viernes y se le vino encima dejándola sin argumentos y sin planes, aplazándolo todo hasta el siguiente viernes.
De viernes en viernes se le pasa la vida y otra vez no hizo lo que quería.  Aplazó ese encuentro, no pudo ir al cine, se le olvidó su último plan, salió a caminar y de repente era viernes otra vez. Y de nuevo llovía. Su mirada aletargada se perdía entre las gotas de otro viernes lluvioso y atestado de soledad.
Se aferró a su paraguas para llegar antes de que acabe el día, antes de que muera el viernes.  Volvió a caer en cuenta del día que la perseguía y se miró en el espejo.  Nuevas canas, piel corroída, manos agrietadas, ganas espesas y soñolientas… y el viernes atormentando su tiempo. No habían escobas capaces de limpiar su rostro lleno de tantos viernes, sus surcos no eran como los de las aceras, cada viernes había dejado su huella en su piel, áspera e intraficable.

Demasiados viernes en el compás de su tiempo.  Mientras todos se ven contentos y celebran lo que ella no entiende.  ¿Cómo lo celebran si es que están llenos de viernes? Y cada viernes la deja sin tiempo.  Sale de su ensimismamiento y grita al momento que la persigue que pare, que no quiere verlo, que le dé una tregua, que necesita tiempo, que los viernes llegan muy pronto…

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