Caminar con los ojos
cerrados, adivinando el camino, sintiendo el peso de abismos infinitos
penetrando por los poros. Así
transcurren los instantes. Desvelos
inapropiados de ojos que se
marchitan. Pensamientos desvanecidos que
atacan las profundidades hasta quedar atascados en las ramas de un
desaire. Y allí, inerte y atontada, imaginando
las respuestas que no llegan del cielo, espero que la frágil mente comience por
fin a descubrir las certezas de los pasos, los que se dieron y los que no se
han dado.
Mientras tanto todo es
incierto, todo se queda en instantes que rebosan sólo de vida, sólo de
pensamientos que no son nada.
¿Quién habló de planes, dónde
están los planes? Si es que todo se
fuga, la incertidumbre se entierra y vuelve a nacer, la aparto y rebota, como
si no existieran más puentes, como si los remolinos se antojaran de buscar sólo
mi espacio, carentes de caminos,
revoloteando lo que miro, lo que quiero ordenar y se me escapa. Allí se quedan, haciendo honda la incertidumbre
de los pasos sobre cuerdas templadas.