viernes, 20 de noviembre de 2015

La última carta al marinero

Resulta que en un pequeño pueblo vivía un par de jovenzuelos que se conocieron un día, y sin reparo y sin recelo, comenzaron a enviarse cartas en las que se contaban con gran esmero las cosas que más hacían, la música que escuchaban, los colores que veían, las fiestas que disfrutaban, los sabores que degustaban.

Y era que aquel par de remitentes, a escondidas se escribía, porque no tenían la osadía de contarles a sus familiares que sus corazones latían cada vez que se pensaban.  Poco se veían, porque la oportunidad no era propicia, porque no querían que supieran que se amaban a escondidas.
 
Él se hizo marinero siguiendo los pasos de su padre, y ella que bien remendaba, siguiendo los consejos de la abuela al final se hizo costurera.

En su barco se marchaba y desde lejos adivinaba las labores de su amada, que suspiraba enamorada cada vez que el oleaje enfurecido anunciaba la llegada de algún barco anochecido.

Cada vez eran más distantes las llegadas del marinero al puerto, y en su desdén se fue cansando de aquella costurera afanada, que escribía miles de cartas y no hacía más que contarle sus historias y sus sueños.  Él ya no escribía cartas, ya no contaba historias, sus respuestas se hicieron cada vez más pausadas y decía que prefería leer las historias que otras manos escribían.

De amargura se fue tiñendo su templanza, mientras el mar absorbía sus desvelos y sus días.  Su mirada se hizo fría, como el agua que lo arropaba, quién sabe si en otro puerto su corazón habría encontrado otras cartas que enviciaran sus lecturas apagadas, ¿o acaso habrá sido el mar el que con su furia y con su aplomo, le hizo endurecer sus ojos y le aplacó su sonrisa?

Lo cierto es que un buen día, la muchacha decidida escribió su última carta, pero no la entregó al marinero, la lanzó al mar en gesto de despedida.  En ella le decía: 

“Sé que quieres que te cuente cosas, pero es que ya no me gusta seguir hablando sola, sin respuestas, sin miradas.  Mejor me voy con mis cuentos a otro lado donde quizás encuentre algún noble interesado en que le escriba algunas prosas, así sea la historia de un panadero afanado, o de un jardinero cortando rosas.

No es que sea caprichosa, es que soy algo más que eso, y si en esta vida no hay espacio para un puente entre mi tristeza y tu amargura, mejor me voy con premura a dibujar en otros campos con mis pinceles decorados, con mi tinta atrincherada que se desborda de su frasco.

Pintaré corazones amarrados con tinta de nube blanca, que solo los mantenga lado a lado, que no los apriete si no tienen ganas.

Y es que me muero por decir: te quiero, me muero si no lo digo, este vapor escondido se desliza por la mejilla y apaga el volcán herido que con furia sus llamas lanza.

Pero me voy con mis labios secos a humedecerlos en otra almohada, me voy a contar historias a las flores que están pintadas, a ver si sus oídos serenos despiertan ante mi voz cortada y brotan de sus capullos las mieles que mis palabras buscan.

¿No ves que se me salen solas las voces que mi pecho aguanta?  Y brota de mi garganta, enredado en un nudo de azahares, el llanto desesperado de un deseo alborotado que calla porque está herido, que tiembla de tanto frío.

No lances más tu carnada, que ya no hay hambre, ya no queda nada.  De esta furia apagada, de este amor aplastado, a duras penas solo han quedado dos corazones bordados en las toallas de un ajuar desdichado.

Quédate con tu mar enloquecido, afánate en las desobedientes velas, que solo el viento enfriará tu pena, si es que a naufragar aún no te ha invitado”.


Lo que no supo la costurera es que el mar no sólo se tragó su carta, si no que también se había tragado al barco y su marinero.  Sus palabras en el mar se sembraron y al destino le indicaron que llegó la hora de un naufragio.  Que dos corazones rotos por el tiempo y el cansancio deben morir ahogados, que no hay que llevar la pena si las palabras no llegan al corazón, que no hay que escribir más cartas cuando el mar en sus olas que se arrastran en la orilla, recoge de la arena el brillo y se lleva a sus honduras el amor que ya no vive y la ilusión que muere a oscuras.

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