Resulta que en un pequeño pueblo
vivía un par de jovenzuelos que se conocieron un día, y sin reparo y sin
recelo, comenzaron a enviarse cartas en las que se contaban con gran esmero las
cosas que más hacían, la música que escuchaban, los colores que veían, las
fiestas que disfrutaban, los sabores que degustaban.
Y era que aquel par de remitentes,
a escondidas se escribía, porque no tenían la osadía de contarles a sus
familiares que sus corazones latían cada vez que se pensaban. Poco se veían, porque la oportunidad no era
propicia, porque no querían que supieran que se amaban a escondidas.
Él se hizo marinero siguiendo los
pasos de su padre, y ella que bien remendaba, siguiendo los consejos de la
abuela al final se hizo costurera.
En su barco se marchaba y desde
lejos adivinaba las labores de su amada, que suspiraba enamorada cada vez que
el oleaje enfurecido anunciaba la llegada de algún barco anochecido.
Cada vez eran más distantes las
llegadas del marinero al puerto, y en su desdén se fue cansando de aquella
costurera afanada, que escribía miles de cartas y no hacía más que contarle sus
historias y sus sueños. Él ya no
escribía cartas, ya no contaba historias, sus respuestas se hicieron cada vez
más pausadas y decía que prefería leer las historias que otras manos escribían.
De amargura se fue tiñendo su templanza,
mientras el mar absorbía sus desvelos y sus días. Su mirada se hizo fría, como el agua que lo
arropaba, quién sabe si en otro puerto su corazón habría encontrado otras
cartas que enviciaran sus lecturas apagadas, ¿o acaso habrá sido el mar el que
con su furia y con su aplomo, le hizo endurecer sus ojos y le aplacó su sonrisa?
Lo cierto es que un buen día, la
muchacha decidida escribió su última carta, pero no la entregó al marinero, la
lanzó al mar en gesto de despedida. En ella
le decía:
“Sé que quieres que te cuente
cosas, pero es que ya no me gusta seguir hablando sola, sin respuestas, sin
miradas. Mejor me voy con mis cuentos a
otro lado donde quizás encuentre algún noble interesado en que le escriba
algunas prosas, así sea la historia de un panadero afanado, o de un jardinero
cortando rosas.
No es que sea caprichosa, es que
soy algo más que eso, y si en esta vida no hay espacio para un puente entre mi
tristeza y tu amargura, mejor me voy con premura a dibujar en otros campos con
mis pinceles decorados, con mi tinta atrincherada que se desborda de su frasco.
Pintaré corazones amarrados con
tinta de nube blanca, que solo los mantenga lado a lado, que no los apriete si
no tienen ganas.
Y es que me muero por decir: te
quiero, me muero si no lo digo, este vapor escondido se desliza por la mejilla
y apaga el volcán herido que con furia sus llamas lanza.
Pero me voy con mis labios secos
a humedecerlos en otra almohada, me voy a contar historias a las flores que
están pintadas, a ver si sus oídos serenos despiertan ante mi voz cortada y
brotan de sus capullos las mieles que mis palabras buscan.
¿No ves que se me salen solas las
voces que mi pecho aguanta? Y brota de
mi garganta, enredado en un nudo de azahares, el llanto desesperado de un deseo
alborotado que calla porque está herido, que tiembla de tanto frío.
No lances más tu carnada, que ya
no hay hambre, ya no queda nada. De esta
furia apagada, de este amor aplastado, a duras penas solo han quedado dos
corazones bordados en las toallas de un ajuar desdichado.
Quédate con tu mar enloquecido,
afánate en las desobedientes velas, que solo el viento enfriará tu pena, si es
que a naufragar aún no te ha invitado”.
Lo que no supo la costurera es
que el mar no sólo se tragó su carta, si no que también se había tragado al
barco y su marinero. Sus palabras en el
mar se sembraron y al destino le indicaron que llegó la hora de un
naufragio. Que dos corazones rotos por
el tiempo y el cansancio deben morir ahogados, que no hay que llevar la pena si
las palabras no llegan al corazón, que no hay que escribir más cartas cuando el
mar en sus olas que se arrastran en la orilla, recoge de la arena el brillo y
se lleva a sus honduras el amor que ya no vive y la ilusión que muere a oscuras.
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